Pastora y Leona - Las caballerias superadas por los tractores

Por Miguel Gracia Fandos

CAPÍTULO X
EL PAN PAN, EL VINO VINO Y OTRAS COSAS DEL PASADO


      Fue un día de San José. El día de San José era una solemnidad en casa de mi abuelo, aquél día comímos todos allí. En la sobremesa, mientras los primos estábamos jugando por la casa, las conversaciones de los mayores subieron algo de tono. Estaban hablando de los campos, de las cosechas...
      -¡Tu, como los rojos49, la tierra para el que la trabaja!-. Le dijo un pariente a mi padre.
      -¡Pues el que tenga tierra, que la trabaje!-. Contestó mi padre. 
      Este recuerdo me lleva a algunas consideraciones; una es que entre allegados, las relaciones no se rompen por lo que se dicen, sino por lo que se callan; otra, que puesto a plantear utopías, quizá resultara más deseable la segunda afirmación.
      Viene esto a cuento, además de señalar las diferentes sensibilidades que se iban gestando en una sociedad que cada vez necesitaba menos labradores, porque hasta nuestros días llamar “al pan pan, y al vino vino” es el equivalente a decir las cosas claras, es también la negación de cualquier engaño o fraude.
      Pan, vino y aceite. Tres productos base de nuestro sustento y los tres sacralizados en la liturgia de la Iglesia.
      Bueno será saber lo que costaba el pan y ver cómo con la mecanización de la agricultura ha evolucionado no sólo los cultivos tradicionales, sino la sociedad en general, hasta llegar a verdades menos rotundas… y hasta autoengaños, que no se podían permitir cuando el coste de la inapelable certeza del pan pan, y el vino vino,  era también sinónimo de pocas ligerezas.

EL PAN
LO QUE CUESTA HACER EL PAN

“Era muchismo trabajo. mu duro, porque pa comete el pan había que sembrar el trigo, verdad, ir a segalo, ir a trillalo, ir a aventar, ir a entrar paja al pajar, guardarla pa los animales y después lo lleva el trigo al molino pa que lo muelgan pa que salga la harina, también a porgar, a porgar. Después a masar, a masar pa que salga güen pan. Al horno también. Muchismo pa un zoquete pan que te comías. Que ahora vas a compralo y ya está.”50
                                                           
El pan, aunque desde hace tiempo puede parecer un alimento elemental, básico e incompleto que en muchos casos por indicación médica hay que disminuir en  nuestra dieta, ha sido en nuestra cultura el alimento por antonomasia. El pan ha sido la negación del hambre, si observamos los cambios que ha habido alrededor del pan en las últimas décadas podremos entender muchos de los cambios habidos en la sociedad en ese tiempo.

      Mi tío Paulino, que conoció aquellos años de la posguerra y sabe lo que el pan vale, independientemente de lo que cueste en cada momento, me explica con datos que hasta 1960 aproximadamente, o lo que es lo mismo, hasta la llegada de la mecanización a la agricultura,  un kilo de trigo valía lo mismo que un kilo de pan. Actualmente, un labrador tiene que vender más de 10 kg. de trigo para poder comprar un kilo de pan.
Las equivalencias en el proceso que había que seguir para transformar un kilo de trigo en pan eran las siguientes:
-   De 100 kg. de trigo se obtenían 76 kg. de harina y 24 kg. de salvado, de los cuales16 kg. eran de tástara y 8 kg de menudillo o tastarilla. El salvado tenía un valor considerable como pienso para los animales, y con el valor del salvado se podía pagar lo que costaba moler el trigo y cocer el pan. Y aún sobraba algo, añade mi tío.
-    De 100 kg. de harina de trigo se obtenían 125 kg. de pan.
   
Feria de caballerías de Híjar, años 40. Archivo Ino Mosso

      El mejor trigo para hacer pan era el de tierras fuertes, de la “Tierra Baja”51. Otras zonas del término municipal de Samper de Calanda como el “Saso” o “Las Valles”, de textura más arenosa, en años de lluvias escasas podían producir más cosecha, pero su calidad a la hora de hacer pan no era comparable.
       El trigo se molía entonces en aquellos molinos de piedra que eran movidos por la energía que se obtenía en un salto de agua. El molinero cobraba en especie, la maquila, que podía ser hasta el 20 por cien del grano molido. El molinero entregaba la tástara52 de la harina, aunque el menudillo estaba con la harina, por lo que antes de amasar la harina para hacer el pan era necesario cernirla.
      Por entonces, cada 10 días aproximadamente, en cada casa se amasaba la harina para hacer el pan que se había de consumir.
      Por la mañana, a la hora que previamente había designado el hornero, se llevaba la masa al horno. Había unas cestas de mimbre pequeñas, en las que se llevaba la masa envuelta en un lienzo. En el horno se “adelgazaba” la masa, esto es, se apartaban porciones de la misma que habían de constituir cada pieza de pan. Como en cada hornada se solían cocer panes de varias casas, se hacía una señal que permitiese conocer después los panes de cada una.
  Después de sacar el pan del horno, había que pagar al hornero y la poya, lo que se pagaba en especie53. La poya era la leña que se necesitaba quemar en el horno para poder cocer el pan. El Poyero era alguien que se comprometía a tener leña preparada para el horno y cobraba en pan. Otros, de vez en cuando también llevaban leña al horno a cambio de pan. Pero de la leña, que ha sido tan importante en el mundo de nuestros antepasados hablaremos a continuación.
      Una vez cocido el pan se llevaba a casa. Aquél pan duraría de 7 a 10 días.
También se podían hacer fideos pasando la masa por un molde con agujeros finos y enfriando los hilos de masa con un abanico para que no volvieran a pegarse.
En casos de fiestas señaladas como la Pascua o celebración de alguna boda, que entonces se celebraban en las casas, se amasaba para hacer tortas y repostería. En esos casos la harina se cernía con un cedazo especialmente fino que sólo dejaba pasar la  flor de la harina.
      En este contexto estaba plenamente asumido que la maldición bíblica  de “comerás el pan con el sudor de tu rostro,”54 podía ser mucho peor: que después de sudar no hubiese pan.  Empezar cada pan implicaba cierta ceremonia. Lo solía empezar el hombre de la casa, aquél que tenía especial responsabilidad para que no faltara el pan en la mesa. En muchas casas era costumbre hacer con el cuchillo la señal de la cruz en el pan, para dar gracias a Dios por ese pan y para pedirle que, aunque hubiera que ganarlo con sudor, no faltara en el futuro.
      Son muchos los refranes que nos han llegado hasta hoy aunque, como en casi todo, algunos han dejado de tener sentido para los jóvenes: “las penas con pan son menos”; “el pan tierno y la leña verde la casa pierden”; “dame pan y dime tonto”; “contigo, pan y cebolla”; “a buen hambre no hay pan duro”, etc.
      Si el pan se secaba demasiado, no era motivo para que lo que tanto trabajo había costado se perdiera. Había especialidades culinarias muy socorridas para las que ese pan, bueno y seco, era la mejor materia prima imaginable: las migas, las sopas de ajo o el pan rallado.
      En fin, ¡Qué grande ha tenido que ser el cambio para que lo que hoy llamamos pan integral, fuera conocido como pan negro!

      LA   LEÑA
     
      El control del fuego, y por lo tanto el control del calor y de la energía que produce,  ha sido el descubrimiento más importante de la humanidad. En el ámbito doméstico, el fuego ha sido (y es) necesario para cocinar los alimentos, para cocer el pan y para calentar e iluminar un hogar. En sus aplicaciones tecnológicas es necesario para la cocción de los útiles más elementales de cerámica, y la base sobre la que se ha podido sustentar el progreso tecnológico más avanzado. La agresión a los bosques ha sido una de las constantes de la civilización. La necesidad de madera para la construcción de edificios (y de barcos), de leña tanto para uso doméstico, para los hornos de pan cocer y para usos industriales, desde hornos de cerámica hasta procesos metalúrgicos, han supuesto el consumo de tan grandes cantidades de leña que no siempre, mi muchísimo menos, han permitido que los bosques se regeneren.
      Tan importante ha sido el fuego que, en la Edad Media, los censos de población de un territorio se denominaban “fogajes” y se hacían contando los fuegos que había en cada lugar (familias). A partir del número de fuegos que por tener que cocinar en ellos tenían que mantenerse permanentemente encendidos, se calculaba la población, que era la manera más directa de valorar la riqueza de un territorio.
      El hogar, que en principio era el lugar destinado a mantener encendido el fuego en las casas ha sido el centro de la convivencia. Tanto es así que hoy “hogar” es sinónimo de vivienda, de domicilio, y sobre todo en las ciudades, muchos tienen su hogar en pisos en los que no hay y no puede haber un lugar en los que encender fuego.
      La leña ha sido hasta bien entrado el siglo XX el principal y casi único combustible con el que alimentar el tan necesario fuego. La leña ha sido un factor de desarrollo, una riqueza muy importante para nuestros antepasados, un recurso natural y renovable que ha habido que administrar con mucho cuidado.
      Los árboles, aunque no fuesen frutales, eran una fuente de leña y por lo tanto una riqueza muy estimada que había de ser cuidada. La leña de mejor calidad era la de olivo. Los olivos han sido  en estas tierras resecas las únicas plantaciones arbóreas (junto con la vid) que han podido cultivarse en estos secanos. Los “impeltes”55  que decimos en esta tierra, no solamente eran valiosos por las olivas que producían. Cada 3 ó 4 años había que “remoldarlos”56 y el rosigo57 era aprovechado por los animales de corral. Las ramas eran muy valiosas como leña.
      En la ribera del río había unas alamedas entre el cauce del río y los campos cultivados. Esos chopos han tenido la función de proteger los terrenos de cultivo de las avenidas del río y también tenían un gran valor por la leña que producían58. Los “chopos cabeceros” han sido una forma de aprovechamiento renovable de aquellos árboles que además de proteger el terreno de las avenidas del río, ofrecían   hojas que se podían aprovechar como alimento del ganado, leña, y hasta madera para la construcción si se dejaba que aquellos troncos alcanzasen el tamaño adecuado. Este aprovechamiento tan integral y renovable se conseguía sin necesidad de talar el árbol. Para hacer un chopo cabecero se cortaba el tronco del chopo a 2 ó 3 metros de altura. En la primavera siguiente de la parte más alta, la cabeza, salían varios botes muy vigorosos. Cuando esos brotes alcanzaban el tamaño adecuado se cortaban y volvían a salir otros, con lo que el tronco base y la cabeza se ensanchaban cada vez más. Las transformaciones que ha habido en las riberas de las partes bajas de los ríos ya no nos permiten ver esta forma de aprovechamiento de los chopos, pero en la parte alta de estos mismos ríos se pueden ver muchos de estos chopos cabeceros por los propias riberas y por las ramblas y barrancos. Esta leña de ribera era de crecimiento más rápido, pero de peor calidad que la de  monte. “Con leña de río, frío” se decía entonces.
      En estos tiempos basta con darle a un interruptor para tener el calor que se quiera, sin acopio de leña, sin ceniza. En otras partes, las secuelas de las guerras se alían con fenómenos naturales como sequías provocando grandes emigraciones de gente. En esos desastres humanitarios,  a veces llegan alimentos desde el primer mundo. En algunos reportajes bien hechos se alude a la necesidad de leña, la única energía que tienen para cocinar esos alimentos, y no falta quién aluda también a los desastres ecológicos que por necesidad de leña concentrada en tan poco espacio, implican también esos desastres humanitarios.
   
      LA VID  Y EL OLIVO
   
      La vid había tenido un momento crítico a finales del siglo XIX con la filoxera. Se llegó a temer por la pervivencia de este cultivo. Se tardó en encontrar una solución al problema que afectaba a las raíces de las vides, injertando vid europea sobre plantones de vid americana resistente a la filoxera. Se tardó, y hubo que renovar todas las plantaciones de vid europeas, pero la solución fue muy efectiva. En esta comarca la vid estaba menos extendida que en otras, y el problema de la filoxera se capeó de mejor manera.
      En aquellos tiempos del “guerra tengamos, pero no la conozcamos” también se dijo “A real el cántaro, jadas de plata para cavar la viña59
      En estas tierras tan secas la producción no podía ser muy abundante, pero el vino era de muchos grados de alcohol. Buen vino cuando el vino más que beberlo con la comida, se bebía en vez de comida. Hoy estamos todos mucho mejor comidos, y resultaría demasiado fuerte. Alguna vez los chicos merendábamos pan con vino y azúcar, no siempre dejaban repetir, pero no me parece que hayamos salido muchos alcohólicos de aquella generación.
      La viñas tradicionales llegaron a desaparecer con la mecanización agraria.
      “Con lo que sacas de cebada puedes comprar vino y aceite”
      Se decía entonces mientras se arrancaban las cepas y los olivos que tanto habían costado criar a generaciones anteriores.
      A los olivos también les surgió por entonces otro terrible enemigo: las indicaciones de los médicos que por entonces trataban al aceite de oliva poco menos que como un veneno, señalándolo como fuente de no se cuantos males relacionados con el colesterol. Por el contrario, aceites como el de girasol o de soja, ¡esos aceites si que eran sanos! Por cierto que esos aceites solían venir de los E.E U.U. y por lo que se, fue un español, Grande Covián, el primero que habló de colesterol bueno y malo y de las buenas propiedades del aceite de oliva para controlar el colesterol malo. Sospecho que si sus descubrimientos hubieran favorecido más a la “comida rápida” que se ha exportado desde los E.E.U.U. y menos a  la “dieta mediterránea”, el español Grande Covián (que investigaba entonces en los E.E.U.U.) hubiera recibido más premios de reconocido prestigio internacional.
      Actualmente, el aceite de oliva está reconocido como el de mejor calidad  también para controlar el colesterol malo y a la sombra de las subvenciones europeas hasta es un cultivo en expansión, pero quiero acordarme de aquellos olivos retorcidos que por crecer entre sequías prolongadas, heladas a veces muy fuertes y bochornos abrasadores, tenían añadas muy diferentes, esto es que se sucedían años de grandes cosechas con otros en los que apenas producían olivas:
      “Un año olivar y otro pinar”
Se decía de aquellos olivos que algunos años se comportaban como los pinos de por aquí, que no dan ningún fruto aprovechable. Aquellos olivos que no fueron arrancados para sembrar cereal en el sitio que ocupaban, aunque la recolección de las olivas no se hubiese mecanizado, fueron cultivados con especial esmero por algunos labradores, bien por mantener un cultivo tradicional o bien porque, acostumbrados al aceite de oliva, dijeran los médicos lo que dijeran cualquier otro aceite les parecía insoportable. Aquellos años de gran auge cerealista en el secano, los olivos estaban bien de aspecto; pero apenas si hacían olivas. ¿Qué les pasaba a los olivos? ¿Cuándo llegaría uno de esos años que producían tantas olivas que hasta se rompían algunas ramas del peso?.

Feria de caballerías de Híjar. Años 50. Archivo Ino Mosso


Escuché una teoría que achacaba esta falta de producción de los olivos al uso de herbicida en el cereal. Por aquellos años, se empezó a usar un herbicida selectivo “de hoja ancha” vamos, que a los cereales no les afectaba pero eliminaba muchas malas hierbas. Naturalmente se echaba en los campos de cereales, de ninguna manera en campos de olivos; pero la época de aplicación del herbicida en los cereales de invierno coincidía con la floración del olivo, el cadillo, que decimos en esta tierra. Lo cierto es que el herbicida se aplicaba sin demasiadas precauciones. Cuando escribo esto creo que aquél herbicida ya no se comercializa y desde luego las normas para aplicar estos productos son muchísimo más severas que entonces. No sé si la falta de producción de los olivos por aquellos años se debió al uso del herbicida, pero años más tarde, por diferentes motivos, el cereal dejó de tratarse con herbicida, y los olivos recuperaron las cadencias habituales de producción de olivas.

      Vamos ahora con las mulas que ya están bajando por el  “Cabalto Lugar”60, y ya vemos la casa donde hemos de descargar el trigo y ellas podrán descansar. Antes de que lleguen a casa con todos los sacos de trigo también quiero aludir a algunos cambios ecológicos que los tractores con sus nuevas posibilidades de trabajar la tierra provocaron:
   
- Aumentó la superficie de monte cultivada. Antes, en el secano se cultivaba los fondos de las vales, hoyas, y si acaso laderas muy suaves, pero con los tractores y los abusos en la Sociedad de Montes, se roturaron todas la laderas que se podían labrar con tractor. También se hacían labores más frecuentes y profundas.
- Para poder maniobrar mejor con los tractores se eliminaron muchas paredes de piedra que nuestros antepasados habían puesto en las vales y laderas para retener el agua de lluvia y la tierra fértil. Por esto y por lo expuesto en el párrafo anterior, la erosión ha alcanzado proporciones escandalosas, aunque a ningún labrador parezca importarle. Al fin y al cabo debajo sigue saliendo tierra, y en estos secanos el factor limitante siempre ha sido el agua.
- La frecuencia y profundidad de las labores también trajo consigo la proliferación  de las “barrillas” o “capitanas” (Salsola Kali) que tanto combustible hacen gastar para mantener las güebras limpias. Las “barrillas” antes eran unas plantas que se veían en pocos terrenos del monte algo húmedos y salobres, sus cenizas eran muy buenas para hacer la colada.

Cuando llegamos desaparejamos a las mulas y las llevamos a la cuadra, mi padre les dio una “galleta”61 de agua a cada una que al instante convirtieron en sudor. Les supo muy a poco, pero mi padre no quiso darles más. En el pesebre les echó forraje y algún pienso que bien merecido se lo tenían.
Ahora nos tocaba trabajar a nosotros. La cosecha ya era demasiado grande para subirla al mirador y, en la casa nueva, se había preparado un cuarto bajo medianamente protegido de la humedad en el que vaciar los sacos de trigo. Muy pronto apareció algún vecino que ayudó a mi padre a descargar los sacos. Yo colaboraba levantando como mejor podía los sacos en el remolque para que los que tenían que vaciarlos ya se los encontrasen preparados. Cuando estuvieron descargados los sacos, como solía hacerse en esos casos, mi madre sacó unas pastas,  los mayores bebieron alguna copa de anís y se hizo algún comentario sobre la cosecha, pero había como un nubarrón que impedía que el ambiente fuese decididamente alegre. A todos aquellos vecinos la mecanización les había pillado cuando ya no eran jóvenes para adaptarse ni viejos para dejar la actividad; pero una cosa estaba clara: las caballerías no tenían ningún futuro en la agricultura.
      Después de descargar el trigo mi padre fue a llevar a casa de sus primos los sacos que le habían prestado. Las mulas estaban en la cuadra comiendo y desde luego descansando, la cuadra era un lugar fresco en verano y templado en invierno, me dio la impresión de que estaban tiritando. Montado a lomos de la Pastora, las llevé hasta la acequia para que abrevasen a gusto, estaban visiblemente cansadas pero sin los aparejos y sin carga de la que tirar parecían andar a saltos.
   
      Una época se estaba acabando, ni se amasaba el pan en casa, ni se prensaba la uva para hacer vino, ni se preparaba leña como antes, ni las caballerías tenían futuro, ¡Con decir que hasta había desaparecido la Feria de Híjar!

LA FERIA DE HÍJAR

La Feria de Híjar había sido el centro comarcal en el que se compraban y vendían las caballerías. Se celebraba en septiembre, después de recogida la cosecha. Los labradores tenían algún dinero para comprar alguna caballería y especiales ganas de fiesta, por lo que como en todas las ferias, había instalaciones recreativas que no se veían normalmente en los pueblos. Híjar está a una hora de camino de Samper de Calanda, pero en aquellos días eran muchas las personas de toda condición que subían andando a la Feria de Híjar y volvían al anochecer.

Turbina del Molino Harinero de Castelnou –Teruel-. Archivo fotográfico del CEBM

Me cuentan que mi abuelo materno subió en una ocasión a ver las caballerías que había por la feria y vio que había un retratista. Volvió inmediatamente a casa, se lo dijo a su mujer (abuela materna de quién esto escribe, obviamente), cogieron el chico que entonces tenían de meses y los tres a  subir a Híjar andando para hacerse una foto con el chico. Era su segundo hijo, el primero había muerto y ni siquiera habían podido hacerse una foto con él.
Claro que eso fue allá por 1926 y entonces retratarse o lo que es lo mismo, hacerse una fotografía, era todo un acontecimiento. No como cuando escribo esto, ya entrados en el siglo XXI, que habrá muy pocos chicos pero son el objetivos de toda clase de cámaras fotográficas o de vídeos, y algunas santas madres hasta enseñan las fotografías de sus hijos antes de que hayan nacido (las ecografías). Pero a lo que estamos, que la Feria de Híjar era esencialmente un lugar en el que se hacían transacciones de caballerías.
      La feria tenía ciertas normas de funcionamiento. Una de estas normas era que una vez cerrado el trato ya ninguna de las partes se podía volver atrás. Me cuentan de una ocasión en la que unos gitanos se quejaban de un payo que había acudido con la guardia civil para deshacer un trato. Había ocurrido que los gitanos habían vendido un mulo joven, espectacularmente fuerte y muy bien de precio al payo. Poco después, al probarlo en el trabajo, el comprador descubrió que el mulo padecía de asma cuando tenía que forzar la respiración y no era apto para el trabajo. Los gitanos se quejaban y con razón. Primero del payo que tenía que haberse asegurado antes de cerrar el trato, y también de la guardia civil que, según ellos mantenían, de ninguna manera hubieran intervenido si el perjudicado hubiera sido un gitano y el beneficiado un payo. De cualquier manera todo el mundo sabía que los tratos en la feria podían salir muy bien o muy mal.
      Fuera de la feria también se podían comprar caballerías durante todo el año a particulares o a tratantes de ganado, aunque los precios solían ser más caros que en la feria. Los tratantes que estaban asentados en una comarca ofrecían ciertas garantías sobre los animales que vendían, entre otras cosas porque no podían descuidar su reputación. Yo he llegado a conocer a algún tratante de ganado, no de caballerías, pero si de ovino o de vacuno y puedo asegurar que si un tratante lleva mucho tiempo en una comarca, es una persona de gran solvencia económica, otra tanta (o casi tanta) solvencia moral y desde luego una gran inteligencia y capacidad para ver de un golpe de vista muchas cosas del ganado y de las personas con las que trata que en muchos casos, si pudieran, no tendrían ningún inconveniente en engañarle.

Pero las caballerías eran cosa del pasado, como la Feria de Híjar, como los  tratantes de caballerías, todo eso ya era historia. Para poder ser labrador, para poder estar en la agricultura hacía falta tractor.

"El alfonoso" Archivo fotográfico del CEBM


EPÍLOGO

      Creo que aquél otoño mi padre aún sembró con las caballerías, pero aquél invierno o en la primavera siguiente ya habló con S. Baquero para que le preparase algún tractor de segunda mano, que nuevo de ninguna manera podía ser.
      Santiago B. era el hijo del herrero que desde hacía muchos años le ponía las herraduras a las caballerías. Había aprendido de su padre los secretos de la fragua y del yunque. Fuera de la herrería de su padre había buscado los conocimientos de mecánica que le permitían entender el funcionamiento y reparar los motores de explosión o diesel. El mecánico buscaría un tractor viejo y le cambiaría el “equipo de motor”, esto es: los segmentos, camisas, apoyos del cigüeñal y las piezas más desgastadas. Por bastante menos dinero del que costaba un tractor nuevo podría tener un tractor que cumpliría durante un tiempo
      El mecánico ya tenía un tractor al que le estaba reparando el motor.
      La mula Pastora  se la quedó a medias mi padre con un tío suyo, así el tío tendría caballería para ir a la huerta y mi padre para hacer alguna faenas también en la huerta que se suponía que no se podían hacer con el tractor
      La mula Leona, completamente recuperada de aquella infección que tan intensamente le había afectado, la vendió a un labrador que por estar soltero y sin hijos, podía permanecer en la agricultura con el ritmo que permitían las caballerías.
      Pensándolo bien, las dos caballerías llevarían mejor vida a partir de ahora.
      Mi  padre ya iba cogiendo soltura en el manejo del tractor. Alguna vez se encontraba con la Leona por el campo. Se quedaban mirando los dos.

FIN

CITAS:

49 Milicias antifascistas que entraron en estos pueblos en el verano del 36. Mataron a varios miembros de la familia y amenazaron a otros.
50 Tomado de “MEMORIA DE LOS HOMBRES-LIBRO Guia de la Cultura Popular del Río Martín. De Luis Miguel Bajén García y Fernando Gabarrús Alquézar. En la grabación que acompaña al libro, cuando la mujer que relata “lo que cuesta hacer el pan” termina, se oye que otra mujer apostilla “ahora todos estamos ricos”.
51 En Samper de Calanda se llama “Tierra Baja” a las partidas de monte que hay desde el “Plano Artosa” hasta las lindes con Castelnou, Escatrón y Alcañíz, es tierra arcillosa.
52 Salvado. Aparece en el Diccionario de voces aragonesas de JERÓNIMO BORAO que editó  EL DÍA DE ARAGÓN.
53 ...de ahí viene la expresión “feo-a como el pan de poya”
54 Génesis 3,16
55 Así se suelen llamar en estas tierras los olivos en esta tierra, supongo por que la variedad más frecuente es la “Empeltre”
56 Así se dice en esta tierra podar un árbol, darle forma.
57 Hojas y pequeños brotes del olivo.
58 En la década de 1950 el ICONA ocupó estos terrenos y alguno más, en los que plantó nuevas variedades de chopo. Cuando escribo esto quedan un par de lugares en los que puede verse la chopera primitiva.
59 Un cántaro eran diez litros de vino; cuatro reales una peseta. La inflación ha hecho de las suyas desde entonces.
60 Así llamamos, o por lo menos se llamaba, aquí a la parte más alta del pueblo. Supongo que será una contracción de cabo alto del lugar.
61 Un cubo de agua, en Samper de Calanda se usa esta expresión aragonesa  para designar un cubo, un pozal.



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