Por Miguel Gracia Fandos
CAPITULO VIII
PROBLEMAS PARA LOS JÓVENES,
PROBLEMAS PARA LOS MENOS JÓVENES
¡No había comparación posible! Con los tractores también se hacían más y mejores labores en la tierra. En los primeros tiempos de los tractores, porque se estaba acostumbrado a las exiguas cosechas que se recogían con las caballerías, porque se sembraba más tierra, porque coincidieron años aceptables de lluvia, por las mejores labores de los tractores, o por todo esto a la vez, el caso fue que la cantidad de cereal que se recogía subió espectacularmente. No obstante, los más viejos que habían labrado siempre con caballerías y estaban acostumbrados a una agricultura esencialmente de subsistencia, no se quitaban una preocupación de encima: con el dinero que valen los tractores y todas las herramientas, ¿qué ocurriría si venían años malos y por falta de lluvia no se criaba la cosecha? Me cuentan que más de uno de los jóvenes de entonces que ya levaban un par de años manejando el tractor con soltura, menospreciando los temores de los viejos, se atrevió a decir en público:
- ¡Con la labor que hacen los tractores la cosecha se criará aunque no llueva!
Ninguna persona mayor ratificaba semejante opinión. No sabían manejar el tractor, pero habían visto malograrse muchas cosechas por falta de lluvia. Aunque también entre ellos había división de opiniones, a unos les parecía una simple fanfarronada; había otros a los que afirmar que la cosecha se criaría aunque el cielo no dejase caer el agua necesaria les parecía, casi, casi, una blasfemia.
El tiempo se encargó de poner las cosas en su sitio y pocos años más tarde a nadie, ni fanfarrón ni blasfemo, se le ocurría decir que la cosecha se criaría aunque no lloviera.
Cuando llegaron los primeros tractores valían mucho, muchísimo dinero. Pero se pensaba que tenían otra gran ventaja sobre las caballerías, los tractores no se morían como las caballerías. Claro que enseguida se demostró que aunque no se muriesen tenían costosas averías, pese a todo se mostraban como inversiones necesarias para mantenerse en la agricultura. Lo cierto es que un tractor nuevo estaba al alcance de muy pocas casas de labranza, para poder tener tractor algunos lo compraban de segunda mano. También se pensaba que con un solo tractor se podía atender a más de una casa mediana de labranza, y entonces algunos labradores jóvenes se pusieron de acuerdo para comprar un tractor a medias.
Mi pariente X. me cuenta que por aquellos tiempos él había terminado la mili. Era consciente de que en el pueblo y en la agricultura (que es lo que le gustaba) ya no se podía estar sin tractor. Se llegó a plantear la posibilidad de ponerse de taxista o buscar otro trabajo en Zaragoza. No le entusiasmaba mucho porque prefería la vida en el pueblo, pero en el pueblo y en la agricultura ya no se podía estar sin tractor y ni su padre, ni desde luego él, estaban en condiciones de comprar un tractor. Me cuenta que un día estaba en el café y le espetó a su amigo B. que estaba en una situación muy parecida a la suya:
- Tú y yo nos podíamos comprar un tractor a medias-. B. no se dio por aludido.
Días más tarde X iba desganado a labrar con las caballerías de su padre cuando se encontró con B. que le provocó.
- ¿Pero dónde vas a labrar con las caballerías?, ¿no decías de comprar un tractor a medias?
- Por mi parte ahora mismo-. Contestó X. con gesto severo para dejar claro que sobre ese tema no quería bromas.
Poco después volvía con las caballerías a casa y le explicó la situación a su padre. Su padre se hizo cargo de la situación y fue avalista para que su hijo pudiera comprar un tractor a medias.
La inversión necesaria para poder comprar tractor obligó a encontrar nuevas formas de cooperación. Estas formas de inversión conjunta que en algunos casos dieron resultados espectacularmente buenos duraron muy poco, el tiempo necesario para poder pagar el tractor. En cuanto se amortizó la inversión empezaron los roces por los diferentes condicionantes de cada uno: diferentes actitudes, diferentes patrimonios, diferencias en definitiva que la obligación de pagar conjuntamente el tractor había aplazado, pero en cuanto fue posible cada uno se compró su tractor. Está claro que las dificultades, sobre todo las dificultades compartidas, unen mucho más que la abundancia.
He escrito en el párrafo anterior que esas formas de cooperación que tan buen resultado dieron en esos casos se rompieron por los diferentes condicionantes de cada uno, diferentes actitudes, diferentes patrimonios..., y casi me avergüenzo de ser tan políticamente correcto, porque todos los que conocieron aquellas situaciones saben que el problema fueron las mujeres, que aunque no llevasen el tractor siempre acababan saliéndose con la suya.
Bueno, decir que las cosas fueron como fueron por culpa (o mérito por supuesto) de las mujeres es mucho simplificar, pero está claro que se dieron situaciones difícilmente sostenibles, en las que se trabajaba en el campo con el tractor y la maquinaria nueva en un ambiente y se dormía y se aspiraba a criar unos hijos en otro ambiente diferente. Y cuando se tenía (o se podía) decidir entre un ambiente u otro, la estabilidad del matrimonio, más que la voluntad de la mujer, ganó siempre. No vamos descubrir ahora que aquella era una sociedad sexista (tampoco digo que hoy no lo sea) y no se pretende aquí señalar a las víctimas o verdugos del sexismo (que no estoy seguro de quienes son), pero sí ha habido algún caso en que esas formas de cooperación que se hizo necesaria para poder acceder antes y mejor a la mecanización han perdurado, y en ese caso la figura de la mujer, hermana, esposa o madre ha sido fundamental para mantener la cohesión de todos. Además de acometer conjuntamente nuevos proyectos después de comprar el primer tractor.
Las personas jóvenes y esforzadas podrán acertar o equivocarse, como todo el mundo, pero estando menos condicionados se adaptan mejor a cualquier situación. Problemas diferentes tenían los mayores, los que habían sido “niños de la guerra”, que apenas habían conocido la escuela en su niñez.
El tío A. era lo que se dice un “analfabeto funcional”. A los doce años ya labraba con las caballerías. Entre la guerra, en la que murió su padre, y la posguerra, apenas pudo ir a la escuela. Para muchos, el principal problema para acceder a la mecanización era el dinero que costaba el tractor y los aperos. Pero el tío A., después de décadas de mucho trabajar y gastar solamente lo imprescindible, tenía el dinero suficiente. Para el Tío A. el principal problema era sacarse el carné de tractorista, para el que exigían los mismos conocimientos de teoría y señales que para conducir automóviles.
Hizo muchas pruebas de teoría, pero siempre tenía fallos. Se le iba el tiempo intentando leer las preguntas y respuestas. ¡Ah!, como no veía muy bien las letras, se compró unas gafas para verlas mejor. Pero, aunque veía las letras más grandes, seguía costándole mucho entender una frase.
Tantos test llegó a hacer que, espontáneamente, empezó a conocer las diferentes pruebas por los dibujos, y a recordar las respuestas correctas de algunas preguntas. También se dio cuenta de que aunque había muchos test, siempre eran los mismos. El tío A. encontró una solución a su problema: recogió en la autoescuela todos los test posibles, los identificó por los dibujos, y memorizó el orden de las respuestas correctas de cada uno. Tiempo más tarde, el tío A. conducía su flamante tractor, sin temor de que la Guardia Civil le pidiera el carné de tractorista.
Cada persona tiene sus problemas, y cada uno se los soluciona como mejor puede. Si puede.
El tío P. hombre cabal donde los haya, era otro labrador a quién la llegada de la mecanización también le había pillado algo mayor, y con algún problema de salud. El médico le había puesto una dieta que, con ayuda de su mujer, seguía a rajatabla.
Su hermano mayor había comprado un tractor, que llevaban los sobrinos, y viendo cómo trabajaba el tractor, el tío P. estaba decidido a comprarse otro. Ya le había pillado el truco a los test, y apenas tenía errores. Pronto se examinaría de la teórica del carné de tractorista. También había practicado con el tractor de los sobrinos, y para ser novato se le daba bastante bien.
Un día, estaban cogiendo un campo de panizo todos de la familia. Los sobrinos fueron a poner unos tubos en el brazal para ensanchar el puente, puesto que el tractor con el remolque necesitaba un paso más ancho que el puente que había servido para el carro y las caballerías.
El panizo lo echaban en canastones47, que cuando se llenaban se vaciaban en el remolque. Conforme se avanzaba cogiendo panizo, se adelantaba el tractor para que el remolque estuviera lo más cerca posible del tajo. Estando los sobrinos en otra tarea, el tío P. adelantaba el tractor, cosas más difíciles había hecho. Aquella vez, el remolque estaba más cargado, y cuando quiso arrancar suavemente, el tractor no pudo con la carga y se paró el motor. Repitió la operación y pasó lo mismo. Al tercer intento, el tío P. notó que el corazón le latía muy rápido, pero no quiso llamar a los sobrinos. Aceleró más el motor, soltó suavemente el embrague y el tractor avanzó con la carga. Cuando quiso detener el tractor, el motor se aceleró repentinamente y continuó andando a bruscos empujones. El campo se llenó de gritos que se mezclaban con los ruidos del tractor: -¡ya vamos!-, gritaban los sobrinos mientras corrían derribando las matas de panizo que no podían esquivar; su hermano agravó la situación agarrando la rueda del tractor y gritando como si se tratara de sujetar a una caballería desbocada. El tío P. queriendo alejarse de su hermano giró el volante. Entonces, mientras su mujer gritaba que se tirara del tractor, todos vieron que si no se remediaba muy pronto, el tractor llegaría a un ribazo en el que podía volcar.
No pasó nada. Se mascó la tragedia, pero no pasó nada. Muy poco antes de que llegasen los sobrinos al tractor y el tractor al ribazo, el motor se paró completamente. El tío P. blanco como la cera, viendo que no podía controlar el tractor, acertó a cortar la inyección de combustible al motor.
-¡Tío! ¡tío!,- gritaron los sobrinos mientras le sacudían para que reaccionase.
Aquella tarde el tío P. volvió a su casa por su pie, aunque parecía haber envejecido repentinamente. Se sintió aliviado cuando cerró definitivamente los libros de la autoescuela. Él y su mujer estuvieron de acuerdo en que nunca, ¡nunca!, volvería a conducir un vehículo a motor. Permanecería en la agricultura con las caballerías hasta donde fuera posible, trabajaría de jornalero en lo que saliera. La mujer también cosía en casa para un taller. Si con todo esto no podían comer y pagar los estudios de los pequeños..., trataría de encontrar trabajo como habían encontrado otros en situación parecida a la suya: como portero de fincas urbanas en Zaragoza, o en Madrid. Esta idea, no gustaba nada al tío P. pero..., poner en peligro su vida y la de los demás conduciendo un tractor ¡NUNCA!
No hay comparación posible. Archivo fotográfico del CEBM |
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CITAS:
47 Canastas grandes en el habla local.
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