Por Miguel Gracia Fandos
CAPITULO VI
VAL DE CORRALES. COSECHA INCIERTA
De aquella primera vez que vi el funcionamiento de una cosechadora, no recuerdo nada más allá del episodio de la tormenta. Supongo que todo o la mayor parte de la cosecha la llevaron a casa con el tractor de los cosechadores. Fue la segunda vez que vi la cosechadora en plena faena cuando pude entender plenamente que el reto entre las caballerías y la mecanización ya estaba decidido, y asistir a lo que podría ser “el canto del cisne” del trabajo de las caballerías.
En Val de Corrales, próximo al campo del Aljibe, mi padre tenía un campo sembrado de trigo, y allá fuimos mi padre y yo con las caballerías y el remolque para traer el trigo que habían de cosechar “Los Fandicos”.
En las primeras horas del día, el rocío de la mañana impide que la cosechadora pueda funcionar, y hasta que el sol calentase y secase la mies, los hermanos Manolo y Salvador se repartían los trabajos necesarios para el mantenimiento de la cosechadora, Mientras uno limpiaba unos filtros y llenaba de combustible el depósito de la cosechadora el otro engrasaba la máquina metiendo grasa por una multitud de engrasadores que había por todos los órganos móviles de la cosechadora. El tío Salvador no conducía el tractor ni la cosechadora, pero también solía ir a cosechar por si podía ser útil en caso de algún percance. Creo yo que también iba porque para quién había pasado tantos años recogiendo buenas o malas cosechas con las caballerías, el hecho de que se recogiera la cosecha mientras miraba las evoluciones de la cosechadora suponía una auténtica fiesta.
Cuando el calor del sol ya había disipado la humedad de la mañana y la máquina estuvo lista, Salvador subió al pescante de la cosechadora, puso el motor en marcha y, accionando varias palanca y pedales que había en el puesto de conducción, puso en marcha los diferentes órganos de la cosechadora con el consiguiente estruendo y nube de polvo. Los hermanos observaron con cuidado la cosechadora por si entre tanto ruido y vibraciones se distinguía el chirrido de algún cojinete en mal estado, de alguna correa de transmisión que no ajustase bien o cualquier otro ruido que pudiera indicar alguna anomalía. En aquellas primeras cosechadoras tenían que ir dos personas, una conduciendo la cosechadora y la otra en una plataforma en la que estaban las salidas del grano para reponer los sacos conforme se iban llenando34 . Los hermanos se turnaban en los dos puestos.
La cosechadora segaba la mies, la devoraba, y dejaba tras de si una hilera de paja ya sin espigas. Cuando dio la primera vuelta al campo y pasó por delante de nosotros, Manolo, haciendo un gesto sobre la buena calidad del grano, dejó caer un saco de trigo, y para grata sorpresa de mi padre, el segundo saco ya estaba casi lleno.
Aquella era una cosecha atípica. Debió sembrarse en el otoño anterior sin mucho tempero y aunque nació razonablemente bien, los fríos secos del invierno debieron dejar la planta sin chispa y si no hubiera llovido ya en primavera, hubiera sido otra cosecha malograda. Como demasiadas en este secano que no siempre ha producido la simiente que se le ha echado. Debió de ser avanzada la primavera, cuando ya era tarde para que las plantas ahijasen adecuadamente pero aún no se había formado la espiga, cuando alguna nube del cielo se apiadó de esta tierra y dejó caer agua abundante y muy buena que permitió a las espigas que había granar en muy buenas condiciones.
En esto de la agricultura a veces la cosecha resulta engañosa. Hay ocasiones en las que al comienzo de la primavera la cosecha se presenta muy buena, pero una mañana puede llegar una helada tardía que la malogre, También puede ocurrir que cuando se está espigando lleguen tardes de bochorno abrasador y sequen toda o parte de la espiga antes de haberse formado el grano. En esos casos ocurre que puede haber mucha mies pero sale poco grano. Todo esto suponiendo que en el momento crítico para la cosecha, que es el espigado, las lluvias acompañen y haya tempero adecuado en la tierra. Lo que desgraciadamente no siempre ocurre por estas tierras. Abril es el mes crítico para la cosecha, y dice el refrán:
“Abriles y yernos, pocos hay buenos”.
Aquella cosecha fue justo lo contrario. Había poca mies pero salía más grano del esperado, y de muy buena calidad. A la segunda vuelta de la cosechadora a mi padre, junto con la satisfacción que daba la buena cosecha, le surgió un problema que no había previsto: no tenía sacos suficientes en los que recoger todo el trigo que iba a salir del campo. La escasez de sacos fue un problema en aquellos años en los que, muy rápidamente, se había pasado de tardar días en recoger la cosecha de un campo, con lo que pocos sacos podían utilizarse varias veces, a tener la cosecha limpia en horas y los sacos que habían sobrado antes, ahora no era suficientes. Muy pronto encontró mi padre una solución. Vaciaría los sacos que hicieran falta en el suelo, y haría dos viajes con las mulas para llevar el trigo a casa, después de todo siempre habían cogido el grano del suelo de la era, y que todos los problemas vinieran por ahí, por tener mejor cosecha de la esperada. Pero cuando los cosechadores se percataron del problema no consintieron que se vaciara ningún saco de trigo. No eran estos tiempos para semejante solución, si a mi padre le faltaban sacos, ya le prestarían sacos de ellos y se los devolvería cuando los vaciase en casa. Era una solución, pero no era una solución perfecta, puesto que ellos tampoco andaban sobrados de sacos y, si la cosechadora funcionaba bien y había buena cosecha en los campos que había de cosechar después, era posible que esos sacos les hicieran falta a ellos.
Daba gusto ver las evoluciones de la cosechadora. Las matas de trigo erguidas y el grano de buena calidad facilitaban su trabajo (la cebada se tumba y a la cosechadora le cuesta más recoger la mies) y por la parte cosechada quedaban los cordones de paja, salpicados por el campo, pero lo más cerca posible del remolque de las caballerías en el que habían de cargarse los sacos llenos de trigo. ¡Qué maravilla!, pocos años antes había que segar, atar fajos, carriar, trillar y aventar para recoger el grano. Ahora todo eso lo hacía la cosechadora con una sola pasada. En una ocasión el ruido de la cosechadora cesó y ésta se detuvo bruscamente, vimos que Salvador bajaba hasta el corte de la cosechadora.
-Debe ser que ha cogido una piedra-, dijo el tío Salvador, que por la forma de actuar de sus hijos ya intuía cuál podía ser el problema.
Efectivamente, los hermanos sacaron una piedra que con las vibraciones de la barra que cortaba la mies había saltado y que ya era arrastrada junto con la mies por una cadena que alimentaba los órganos de trilla de la cosechadora. Si la piedra hubiera llegado hasta esos órganos internos de la cosechadora hubiera podido provocar una avería muy importante. Antes de que llegásemos a la máquina, la pusieron en marcha y continuaron con su trabajo.
Cuando aún quedaba bastante por cosechar, mi padre me dijo que fuese a buscar las mulas para aparejarlas35. Mientras la cosechadora recogía rápidamente la cosecha, las caballerías estaban tranquilamente pagentando por aquella paja recién segada. Aquello se llamaba “segunda limpia”, y era el equivalente a la granza de cuando se cribaba en la era. Con la mecanización ya se le daba el nombre más técnico de “segunda limpia”. Estas espigas rotas, granos fallidos y restos de malas hierbas que constituyen la granza o segunda limpia, hoy ya no se recogen, pero entonces se guardaba especialmente para la aves de corral, que transformaban un recurso en carne y huevos que buena falta hacían. El corral era el lugar en el que se obtenía la mayor parte de la carne y productos de origen animal. A diferencia de las granjas actuales, en las que hay muchos animales de la misma especie, en cualquier corral había pocos animales de diferentes especies: conejos, aves, algún cerdo, etc. Evitaban concentrar riesgos en una sola actividad y facilitaban el mejor aprovechamiento y reciclado de los recursos. Pero a los corrales, que junto con los Mases caracterizan a Samper, también se les podría dar un capítulo aparte y, aquí… seguimos cosechando.
Por ser la mula de varas, fui primero a por la mula Leona, que dócilmente me siguió cuando la llevé del ramal hasta las varas del remolque. Cuando fui a buscar a la mula Pastora, esta me recibió como siempre con las orejas erguidas, con el riesgo que suponía. Debió intuir lo que le esperaba. Nunca me lo había hecho, pero barruntó mi miedo y relinchando se lanzó hacia mi encabritándose. Me hubiera pateado si yo no hubiera salido hasta donde el ramal no le permitía llegar.
- ¡Coge la vara!- Gritó mi padre que había observado desde lejos lo sucedido.
Allá fui yo a buscar a la Pastora con mi miedo disimulado detrás de la vara. La vara era de una rama de olmo, o quizá de latonero, delgada, y mediría el doble que yo. No respondería a lo que nadie pudiera entender como “varita mágica”, pero sólo con su presencia tuvo la virtud de transformar a un animal violento y agresivo en una caballería de trabajo digna de su pacífico nombre. También es posible que reconociera la vara que en ocasiones utilizaba mi padre para avivarle las ganas de trabajar.
Enganchada la Leona en las varas, y la Pastora delante con los tirantes, mientras la cosechadora terminaba el campo, fuimos con el remolque a buscar los sacos de trigo que había mas desperdigados. El tío Salvador por sus muchos años y yo por mis pocos, sólo podíamos ayudar a que mi padre cargase con los sacos para echarlos al remolque. Los sacos pesaban más de lo que parecía, se notaba que el trigo era de muy buena calidad. Era un trabajo pesado que mi padre hacía muy a gusto.
Para salir del campo y llegar hasta el camino había que subir un repecho. Cuando se cargaron la mitad, más o menos, de los sacos, mi padre, ignorando los sacos que estaban más cerca, arreó a las mulas para que, saliendo del campo, subieran el repecho y llegaran al camino. Para sorpresa mía, mi padre descargó los sacos en el suelo. Me explicó que sacar del campo todos los sacos de una vez hubiera sido demasiada carga para las caballerías, que no convenía cansarlas en el primer repecho y que bastante trabajo les quedaba para llegar hasta el pueblo. Volvimos al campo con el remolque vacío a cargar los sacos que habían quedado. La cosechadora terminaba en aquél momento. Manolo y Salvador ayudaron al padre a cargar los sacos que había en el campo. Después, viendo que mi padre pretendía llevar todos los sacos en un solo viaje, nombraron las cuestas de Val de Chivales, Val Imaña y Val Primera. Sobre todo Val Primera, que difícilmente podrían subir las caballerías con tanta carga. Pero viendo la determinación de mi padre, ayudaron también a cargar los sacos que habíamos descargado antes a la orilla del camino. Los sacos acumulados en el remolque aplastaban los neumáticos de las ruedas que nunca habían soportado tanto peso. Solucionado antes el problema de la falta de sacos en los que meter la cosecha, se planteaba ahora otro problema: ¿podrían las mulas llevar toda esa carga en un solo viaje hasta el pueblo?
Todos ellos habían trabajado con caballerías y sabían que aquella carga excedía muy ampliamente el límite prudencial de “tonelada por collera”36 que se podía pedir que transportaran las caballerías. Además la distancia hasta el pueblo era considerable (10 Km. largos he comprobado después). Había que cruzar varias vales y, por si fuera poco, en el centro de un día de Julio que ya se manifestaba muy caluroso. Mi padre quería despachar lo antes posible los sacos que le habían prestado sus primos. Dijo que llegaría hasta donde se pudiera con toda la carga, y que si en Val de Chivales, en Val Imaña o en Val Primera las mulas no podían subir, descargaría parte de lo sacos, que de cualquier manera ya estarían más cerca del pueblo. El pensaba que hasta Val Primera casi seguro que llegaban, y hasta el pueblo ya sólo quedarían dos kilómetros. También era posible que llegasen hasta pueblo...
Trabajando con caballerías, situaciones parecidas se habían producido siempre:
El Tío Salvador contó una historia que mi padre ya conocía por formar parte de las “valentidas”37 de la familia:
“Cuando era joven”, “antes de la guerra”, estaban trillando en el Mas del Justo, en Val de la Reina,“el mayor” (su hermano mayor, abuelo paterno mío) y otros hermanos. Le tocó a él venir al pueblo con un viaje de grano y a llevar “recado” mientras ellos se quedaban aventando la mies que quedaba. Ya llevaban unos cuantos días trabajando duro, y cuando llegó con el carro a Val del Cantarillo, la carga se les apoderó a las caballerías. Tuvo que descargar varios sacos del carro y con poca más de media carga las caballerías ya pudieron subir la cuesta. Una vez el carro estuvo arriba, desganchó en macho de los tirantes, bajó hasta la val, se cargó cada saco al hombro y, ayudándose con el desnivel de un ribazo, pasó el saco del hombro al lomo de la caballería. Tuvo que hacer varios viajes para poder dejarlos todos otra vez en el carro encima de la cuesta. Cuando llegó a casa con el carro y toda la carga, era el único hombre que había por allí, y él sólo subió todos los sacos para vaciarlos en el mirador38. Inmediatamente después volvió con las caballerías y el carro a Val de la Reina (11 km. aprox) para que sus hermanos pudieran trillar otra parva con las caballerías. Cuando llegó agotado al Mas pudo echarse a dormir. Pasaron muchas, muchas horas, sin que sus hermanos pudieran despertarlo, por lo menos para que comiera algo. Llegaron a pensar que no despertaría nunca. Le dijeron que ya iba a venir “el mayor” con toda urgencia al pueblo a decir a sus padres que se había echado a dormir y que no se había despertado (bonita manera de decir que había muerto). Cuando se despertó espontáneamente, tenía hambre, sí, pero por lo demás estaba... ¡cómo nuevo!. Había estado casi dos días con sus noches durmiendo.
Dalla en el museo del azafrán, Monreal del Campo (Teruel) |
Útilespara picar la dalla en el museo del azafrán, Monreal del Campo (Teruel) |
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CITAS:
34 La siguiente generación de cosechadoras, como las actuales, ya funcionaban solamente con el conductor, puesto que el grano cosechado se almacenaba en una tolva que se vaciaba en unos remolques que por entonces aparecieron con laterales más altos, los cereales ya se manejaron a granel (nunca mejor dicho).
35 Colocarles los aparejos necesarios, collera, sillín, zofra, barriguera...para que pudiesen tirar del carro
36 Mil Kg. por cada caballería que tirase.
37 Valentías, hechos de valientes según se dice por esta tierra.
38 La parte más alta de la casa en la que se guardaban las cosechas para protegerlas de la humedad.
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