Pastora y Leona - Las caballerias superadas por los tractores

Por Miguel Gracia Fandos

CAPÍTULO V
CON EL TIEMPO NO HAY QUIÉN PUEDA.


      El que no teme a una tronada, no tiene miedo a nada.
   
       Puesto que con la mies mojada por la tormenta la cosechadora no puede trabajar, no estarán de más algunas unas consideraciones sobre lo vinculada que estaba la vida de aquellos labradores a meteorología. No se trata solamente de poner el acento en lo vinculadas que están las cosechas a factores como la lluvia o heladas que depara una meteorología que no controlamos. Eso ocurría antes y sigue ocurriendo después de la mecanización, aunque actualmente la diferencia está en que el labrador disponga de más o menos dinero..., o que abandone la actividad. Y no como estuvo en tiempos, en que el labrador y los que de él dependían pudieran poder comer bien..., o menos bien. En la naturaleza podemos observar otra manifestación de la meteorología más concreta y rotunda: las tormentas.
   
      Sería seis  u ocho años antes de este episodio de la cosechadora, posiblemente el año que pasé el sarampión. Mi madre cuenta que cuando ya se estaban terminando las faenas de la cosecha en el Mas del Aljibe, mi padre se vino al pueblo con un viaje de grano. Por la tarde, cuando tenía que estar volviendo al Mas se puso una oscurina (nubarrones oscuros) a cada momento más espesa, y la tormenta que se anunciaba con truenos y relámpagos cada vez mas próximos y frecuentes ya se hacía  patente con bruscas ráfagas de viento.
      Mi padre tenía que estar en el camino con las caballerías y el carro..., o quizá había previsto la tormenta antes de salir del pueblo y se había quedado en casa hasta que pasara, con lo que llegaría ya por la noche..., o se habría refugiado él y las caballerías en algún Mas próximo al camino...
      Las tormentas en un entorno natural son siempre temibles porque en ocasiones sus efectos han sido terribles. Pueden traer granizo que arrase las cosechas, aguas torrenciales o vientos huracanados que causen grandes destrozos. Y los rayos, que además de poder matar personas y animales, pueden provocar incendios en cosechas y edificios. De todos estos daños puede poner ejemplos la gente de edad que ha vivido en el campo. De uno que estaba sentado tranquilamente en una piedra y cayó fulminado por un rayo; de aquél que para protegerse de una tormenta se refugió con las caballerías en la alcantarilla de un terraplén  del ferrocarril, que se apartó un poco para hacer sus necesidades, y un rayo mató a las caballerías; o de aquél rayo que mató no se cuantas ovejas, casi la mitad del rebaño de una gente que vivía muy pobremente; o de aquella familia que, en tiempo de siega, después de comer, se apartó la chica para fregar la vajilla y cuando volvió... ¡Un rayo los había matado a todos!31

"Pues a tu nombre esta hermita / consagran devotos buenos / líbranos de piedra y truenos / Santa  BARBARA bendita.
Remedio contra las tormentas sin efectos secundarios, Litografía en Linares de Mora. Archivo fotográfico del CEBM

      Afortunadamente, todas la tormentas no siempre, ni muchísimo menos, tienen efectos tan trágicos (estadísticamente podrán ser mas o menos considerables estos riesgos). Pero siempre pueden tenerlos, y aunque estos riesgos pudieran ignorarse, solamente la observación en un medio natural de la formidable exhibición de fuerza y de energía que supone una tormenta resulta apabullante:
   
      “El que no teme a una tronada, no tiene miedo a nada”.
   
      O no tiene miedo a Dios, se llegaba a decir cuando la vida de las personas estaba mucho más directamente condicionada por la evolución de los fenómenos naturales. Se dice que las tormentas en la montaña resultan especialmente impresionantes, pero sospecho que los que afirman esto no han vivido una tormenta en un saso,32 y sin poder protegerse en ninguna parte, como las tenían que vivir aquellos labradores con las caballerías (me dicen que si podían las caballerías instintivamente agachaban la cabeza y se ponían de culo a la tormenta). Es cierto que en la montaña con el efecto de los ecos y las reverberaciones que se producen, el ruido de los truenos se prolonga y multiplica, pero echándole algo de ánimo, se puede descubrir que se trata de eso, de ruido. En un saso, sin la protección de ningún edificio ni vehículo, el observador no encuentra nada entre el cielo y la tierra que disimule su poquedad. En la propia oscuridad de la tormenta, sobre todo si esta se produce al anochecer, los repentinos y brutales fogonazos de los relámpagos resultan más sobrecogedores que el trueno que le sigue por ruidoso que resulte. Bueno, le sigue salvo que el inapelable trallazo del rayo haya ocurrido tan cerca del observador que el fogonazo y el colosal chasquido sean la misma cosa. No,  hasta donde me llega la experiencia, no creo que las tormentas sean más sobrecogedoras en la montaña, otra cosa es que en la montaña uno pueda sentirse más alejado de algún lugar civilizado en el que protegerse que en un saso, y eso también ayude a encoger el ánimo. Cierto que en la montaña los truenos se prolongan como temibles rugidos de algún monstruo mitológico, pero eso es más llevadero que observar la exhibición de la tormenta sin protección alguna desde un llano, en el que a uno sólo se le ocurre agachar la cabeza y apelar a su insignificancia para no aparecer en el punto de mira de algún Júpiter tonante.33 Bueno, esta es mi opinión,  si alguien piensa de otra manera sus motivos tendrá.

Viejo trillo de piedras. Archivo fotográfico del CEBM


Niños en una recreación de la trilla antigua en el año 2009. Archivo fotográfico del CEBM

      Aquella tormenta no se recuerda, afortunadamente, por los perjuicios que ocasionó. Mi madre cuenta que mientras trataba de proteger de la misma el grano que todavía quedaba en la era, miraba constantemente hacia el camino de Alcañiz por si ya  bajo la tormenta venía algún carro. Mi hermano P. que con sus pocos años ya debía haber ido a la escuela, salía a cada momento del Mas a la era,  ajeno a los temores y preocupaciones de sus mayores (que bien los debían disimular con lo contagiosos que resultan en ciertas situaciones), y fascinado por el espectáculo que la tormenta le brindaba, no dejaba de gritar entusiasmado señalando a la tormenta:
      - ¡Lumeros!, ¡lumeros!-, pensando que los relámpagos eran números que graciosamente se dibujaban en el cielo.
      Así con el temor consciente y disimulado de la madre y el entusiasmo del pequeño inconsciente apareció por el “Plano de los Migueles” un carro avanzando a toda la velocidad que podían mantener las caballerías... Seguro que era él, ya estaba a la vista, y si no pasaba nada pronto estarían todos en casa, bueno, en el Mas, pero eso era ya como estar en casa...
      En ciertas ocasiones, estar en el Mas pudo ser como estar en casa, pero eso ya era cosa del pasado. En aquella ocasión empapados como estábamos ante la cosechadora que ya no podía funcionar por estar la mies mojada, el Mas se presentaba como una cosa del pasado, sin ningún valor ni utilidad posible para el futuro y en aquél momento, como la casa que no se habita, como los sentimientos que no se ponen a prueba, que no se gastan y a la vez se reafirman constantemente, el Mas del Aljibe y todos los Mases del monte, empezaron a deteriorarse, a erosionarse. Una gotera que no se arregla, un madero que se rompe, un trozo depared que se cae, una ruina… En el mejor de los casos es contemplada por los hijos o nietos de los que levantaron los Mases, que si son agricultores, sí, van en tractor, pero ni aprecian ni valoran su pasado. Ni creen en su futuro, o en el de esta tierra que es la suya. Y tampoco en esta cuestión sabría decir si fue primero el huevo o la gallina.

>> CAPÍTULO VI

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CITAS:

31 Actualmente, cuando por las nuevas formas de vida los accidentes están de permanente actualidad. Al estar menos en contacto con la naturaleza las personas víctimas de los rayos han disminuido considerablemente.
32 Un  saso en esta tierra  es una zona de cultivo llana y sin árboles.
33 Dios mitológico que arrojaba los rayos.

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