Enseñar Historia en España. La enseñanza de la Historia de España en los manuales escolares

Por Alberto Martínez Cebolla


Introducción: La Historia como nueva religión laica


   Este artículo pretende hacer un repaso a un aspecto decisivo en la educación, viendo cómo se ha enseñado la Historia en los manuales escolares del siglo XX.1

   Toda sociedad se articula en torno a un centro simbólico de imágenes, valores y creencias que gobiernan sus actividades, de tal manera que esos valores tienen rango sagrado. El mundo medieval se articulaba en torno a la religión: Dios estaba en el centro, su espacio sagrado era la iglesia y su oficiante, el sacerdote. El mundo moderno apelará al nacionalismo: el Estado-Nación (la Patria) es el centro, su espacio sagrado es la escuela y su oficiante, el maestro. Y ya vamos viendo que el mundo futuro se aglutina en torno a la economía, el Mercado o la Tecnología es el centro, su espacio sagrado es el centro comercial y su oficiante, el banquero, el técnico.

  Bien es cierto que en España se mezclaron Patria y Religión y eso tuvo su reflejo en los manuales escolares, pero como esquema básico, el anterior párrafo serviría para definir la evolución del mundo occidental, cuyo paradigma en los dos últimos siglos fue Francia. La Revolución Francesa –y antes la Ilustración– habían desafiado el universo simbólico de las sociedades premodernas: la religión. Rousseau captó enseguida la necesidad de una religión civil para mantener la integridad social bajo presupuestos laicos. A continuación, los revolucionarios franceses instauraron una religiosidad laica y republicana (recordemos su culto al Ser Supremo) pero, aún más importante, después de la revolución sus valores adquieren rango mítico y sagrado, con lo que la Razón es al fin glorificada y deificada. Ya Michelet vio en esto una metamorfosis laica del cristianismo: «La revolución continúa el cristianismo y lo contradice. Es, a la vez, su heredera y adversaria.»2

   Los nuevos estados modernos que van surgiendo asumen la tarea de construir un nuevo imaginario mitológico que sustituya a la religión, creando una conciencia colectiva proyectada en lo político: el Estado-Nación. Para él se crean un mito fundacional (en el caso de España, el 2 de mayo de 1808), unos símbolos (himnos, banderas) y una educación que afiance el espíritu nacional, un ideal común que aglutine la nueva colectividad. Abolido el paraíso y la salvación, había que transformar la fatalidad en continuidad, dar un nuevo significado a las vidas. La idea de nación fue la elegida. Si los estados nacionales son nuevos, siempre presumen de un pasado inmemorial y prometen un futuro sin fin. Son comunidades políticas imaginadas.

   Resumiendo, la Revolución Francesa dará a lo político un aura mitológica. Es lo político lo que canaliza las aspiraciones y los sueños en otro tiempo patrimonio de lo religioso: a partir de ahora el imaginario de lo político articulará la totalidad de la vida social, y todas las ideologías surgidas en el siglo XIX y XX son hijas de esta situación Ya hablen de partido, clase, nación o pueblo, todas apelan al componente mítico-imaginario. Unas apelando a la utopía, otras exaltando la realidad, todas buscan un mito que favorezca el orden, la comunión y la integración de los individuos. Y será ese mito nacional el que propagarán en las escuelas.3

La construcción de la historia de España


   En España el Estado Liberal del siglo XIX decidió entregar la enseñanza a la Iglesia para compensarla de su pérdida de poder económico con las desamortizaciones. Ya la Constitución de 1812 (La Pepa, tan liberal y adelantada a su tiempo en otras cuestiones) consagraba un estado católico y una enseñanza nacional... pero con religión en las aulas. En el siglo XIX todos los manuales tenían tres presupuestos comunes: 1. Favorecer el patriotismo y la identidad nacional. 2. La Nación como comunidad de hombres con un pasado remoto y un destino común. 3. La expresión de esa nación política y territorialmente como España. Todos presentaban la Historia como una evolución inevitable hacia la unidad política, religiosa y territorial que culminó con los Reyes Católicos. La Historia Sagrada y la Historia de España estaban además muy vinculadas.


Una historia republicana


  A principios del siglo XX la enseñanza de la Historia fue tratada por los republicanos como herramienta de transformación social y cultural que pondría las bases para la democratización política. Los manuales van dirigidos a la creación de una cultura cívica y democrática más que a la formación de una identidad nacional fuerte. Así, en el periodo de la II República tenemos un antecedente real y concreto de una historia escolar para la cual era posible la formación de una ciudadanía plural, secular, no ultracatólica ni castellanista. Sin embargo, persiste el mito del carácter nacional.4

   Por ejemplo, la Historia de España de Juan Bosch, de 1931, define dos fines de la enseñanza histórica; fortificar el sentimiento patrio y adquirir conocimientos de provecho. Propone enseñar la historia «no de memoria, sino por lecturas comentadas», propone utilizar gráficos y mapas, y considera esenciales las visitas a museos y lugares relevantes: «recursos pedagógicos, no ya recomendables, sino insustituibles (...) ¿Dónde mejor que a la sombra de un ruinoso castillo se puede hablar de la epopeya de la reconquista, discurrir acerca de los horrores del feudalismo, comparar el presente con el pasado y entonar alabanzas a cuantos con sus esfuerzos contribuyeron al progreso de la humanidad?» Vemos a las claras cómo se mezcla cierta renovación pedagógica y un canto al progreso con los viejos temas de la reconquista y la patria, lo que viene reforzado viendo el índice del libro, sucesión de reinados, batallas, grandes héroes, etc.

  Más renovador en lo temático es Lo que nos rodea de Manuel Marinello, un compendio temático de saberes del mundo natural, al estilo de la actual Conocimiento del medio en educación primaria: animales, plantas, el cuerpo humano, la vivienda, los metales, el comercio, el sonido... sin olvidar la enseñanza en valores (capítulo XXXI: Aborreced el alcohol) y el canto al progreso (capítulos XLVII y XLVIII: Audacia del hombre y grandes obras modernas). En resumidas cuentas, nuevas formas de presentar los temas, sin una auténtica renovación. De hecho, los manuales de Bosch y Marinello fueron reeditados en el franquismo, convenientemente remodelados.

   Caso aparte es Mi primer libro de Historia de Daniel G. Linacero (1933), un libro puramente temático. Se presentan los temas desde un punto de vista no cronológico, sino viendo la evolución (de forma genérica: «en la época de los palacios, de los castillos...») de diferentes realidades que afectan al niño: Nuestra vida, La vivienda, El vestido, La caza y las armas, Locomoción y transporte, El trabajo, Diversiones y juegos, La escritura... sin olvidar los valores: Cooperación y solidaridad. El libro abomina de la guerra, considera todas las profesiones valiosas al conjunto de la humanidad, la igualdad de las razas, y aboga por la cooperación y la solidaridad como «las dos grandes virtudes donde se asienta la vida». El Prefacio A los maestros daba su visión de la Historia: «Tenemos la pretensión de llenar un evidente vacío en la enseñanza de la Historia en nuestro país. Por doquiera, libros históricos amañados con profusión de fechas, sucesos, batallas y crímenes; relatos de reinados vacíos de sentido histórico; narraciones de acontecimientos militares. Todos hemos padecido el evidente error que ha venido haciendo de la Historia una enseñanza inútil y hasta perniciosa. Despertando en el niño el instinto de lucha y glorificando como héroes a muñecos trágicos que morían desconociendo la razón de su sacrificio, el niño adquiere un sentido falso del valor moral, individual y colectivo. Nunca se cuidó el educador de borrar de la Historia las necedades de príncipes y favoritos, extrayendo del evolucionar histórico aquellos sucesos de orden material y espiritual que han contribuido a formar el mundo que nos rodea, sin olvidar que la Historia no la han hecho los personajes, sino el pueblo todo y principalmente el pueblo trabajador humilde y sufrido, que solidario y altruista, ha ido empujando la vida hacia horizontes más nobles, más justos, más humanos.»5


  El autor, Daniel G. Linacero, profesor en Teruel y director en Palencia con la II República, fue fusilado al comenzar la Guerra Civil. Corrió el mismo destino que el maestro magistralmente encarnado por Fernando Fernán Gómez en la película La lengua de las mariposas: la depuración, el exilio y, en el peor de los casos, la muerte... no en vano incluso hoy en día el recuerdo más vivo de la Guerra Civil en Galicia es el exterminio de los maestros republicanos. En Tomelloso, un gran pueblo de la Mancha (con más habitantes que la ciudad de Teruel) el adolescente y luego novelista Francisco García Pavón recordaba cómo los falangistas saquearon el instituto construido por la II República: en una pira ardieron desde la bola del mundo hasta el Romancero Gitano de Lorca. De hecho, fue la actual democracia la que volvió a construir institutos públicos en Tomelloso... cuarenta años después (uno, por cierto, con el nombre del novelista que recordaba la destrucción del primer y único instituto republicano).

   Así pues, ese intento por parte de la II República de renovar la enseñanza de la Historia de España (desde los presupuestos de la Institución Libre de Enseñanza) fue cercenado de raíz, entrando en oscura etapa que más marcó durante generaciones a los españoles del siglo XX: el franquismo.

El nacionalcatolicismo franquista


   Llegamos a la época más larga en uso y abuso de la historia para la construcción de un proyecto político: durante más de cuarenta años el franquismo utilizó el pasado como una forma de inculcar ideología. Patria y Religión unidos en el relato de un pasado monolítico. Sin embargo el franquismo no tuvo una sola opción para desarrollar su programa. Hubo una dura lucha entre Falange y la Iglesia por el control de la educación. Falange optaba por un programa fascista, uniformizador y nacional, con una escuela única estatal. La Iglesia abogaba por poner el acento en la religión y en los conciertos educativos, con un sistema semiprivado y variado en acentos, pues varias eran las congregaciones a las que se entregaba la educación. Pese a las muchas componendas, hoy bien sabemos que terminó venciendo la Iglesia en esa lucha.6

  La Enciclopedia Álvarez ha quedado como el paradigma de manual escolar de la época, todavía muy recordado y presente en las bibliotecas de muchos hogares. Se trata de un texto que aunaba todas las materias en un solo texto, pero con la Historia como protagonista, incluso para las edades más tempranas.

   La Historia se mezcla con la religión, teniendo tanto protagonismo la Historia Sagrada como la Historia a secas. Todos los periodos históricos se abordan desde el punto de vista nacional católico: españoles eran desde los primeros mártires a los visigodos, pero no los musulmanes. La Reconquista, la conquista de América y las glorias imperiales eran glosadas profusamente hasta llegar a la actualidad, en que un caudillo había salvado España del caos y la destrucción...
  Incluso para los niños más pequeños (la Enciclopedia de primer grado) se aportaban datos históricos que culminaban la Guerra de la Independencia y, en la página siguiente, la Guerra de «Liberación» (la Guerra Civil). Todas las Enciclopedias («intuitivas, cómodas, eficaces y pedagógicamente perfectas» rezaba la publicidad de las mismas) incluían una sección dedicada a la Formación Familiar y Social, dividida en secciones diferentes para niños y niñas, con una enumeración de virtudes masculinas y femeninas a desarrollar, varios himnos y un recordatorio de la profusión de fechas señaladas por el régimen en el calendario: Domund, Cristo Rey, Onomástica del Caudillo, Del Estudiante Caído...

   El Libro de España, editado en Zaragoza por la editorial Luis Vives, estaba enfocado como un viaje para presentar al niño, como en un cuento, la realidad física y geográfica de España. Veamos, por ejemplo, en una página dedicada a Belchite, cómo la historia gloriosa del pasado imperial se encarna en el presente cercano de la Guerra Civil:

«–¿Y ahora, no hay almogávares?
–Yo lo creo que hay. Yo mismo los he visto luchar con idéntico valor que los antiguos.
–¡Oh! Díganos dónde –replicó el niño.
–Pues en Belchite. Yo estaba allí cuando se desarrolló uno de los episodios más emotivos de la cruzada contra los rojos.
–Cuéntenos, díganos lo que pasó –decían los niños mirando fijamente al aragonés.
–Escuchad. Era el verano de 1937. No se me olvidará jamás. Los rojos iban derechos a tomar Zaragoza. El grueso de su fuerza cayó sobre Belchite, defendida por dos mil hombres, entre los que se encontraban una compañía de requetés almogávares y una bandera de falangistas. Los rojos eran muchos miles. Había que luchar uno contra veinte. ¡Qué horror el de aquellos días! La batalla seguía un día y otro día, hasta trece. El día 5 de septiembre se supo que Franco autorizaba la rendición, pero los trescientos héroes que quedaban prefirieron romper el cerco antes que rendirse. Sólo algunos lograron legar al campo nacional. «Lo de Belchite –dijo luego Franco? es algo tan glorioso, que de pocos hechos puede estar España tan orgullosa.» Y todos han reconocido que aquella resistencia heroica salvó Zaragoza.»


   La asignatura Formación del espíritu nacional se sumó en los años cincuenta para contentar a los sectores falangistas. En la práctica se convertía en una asignatura de Historia trufada de patriotismo, intentando definir e inculcar «valores patrios», exaltando la unidad, la religiosidad, el «espíritu de milicia», el honor, la abnegación, la disciplina... y dejando significativamente para el final la hermandad y la camaradería. El futuro historiador José Álvarez Junco apenas si podía distinguir de niño entre la asignatura de Historia y la de Formación del espíritu nacional: ambas eran una sucesión de acontecimientos batallas, reyes, y caudillos exaltadores de la unidad de España y el catolicismo.7



Una cartilla militar

   La enseñanza de la Historia llegaba también a los cuarteles, probablemente por la desconfianza del propio sistema en el éxito de la transmisión de sus propios valores, dado el abandono de la escuela (sobre todo la rural) durante el franquismo. Una cartilla militar, repartida a todos los reclutas del CIR nº 4, y titulada Apuntes para la instrucción básica del soldado, no se limitaba a la información técnica o castrense8. Insistía en la formación moral, entendida como amor a la patria, y explicando que «en el pasado a España le ha cabido la alta misión de completar el mundo, defender la civilización cristiana y ser los primeros en oponerse al marxismo.» Ser español es «ser religioso, amar la independencia de la Patria y llegar al heroísmo en defensa de un ideal». Se estudia la vida del caudillo Franco y se recuerda que «la misión del hombre en la vida es amar a Dios y no olvidarse que, en la vida civil, después de licenciado, sigue siendo militar el ciudadano.» La cartilla militar condena expresamente el ateísmo y el comunismo, e insiste en que «la entrega total por Dios y por España deben presidir nuestros actos en sana emulación con los que nos precedieron.» No falta un relato de «la Guerra de Liberación»: «España venía atravesando una dramática situación. Peligraban los valores de persona, familia, propiedad y libertad. Peligraba la independencia, se avocaba a la ruina, se desbordaba la corrupción; llevaba al caos. Ante esta situación, todas las miradas estaban puestas en el ejército y en sus mandos superiores, que eran los que únicamente podían salvar España del comunismo.» Evidentemente, en el contexto de la Guerra Fría, la apelación al comunismo es constante, identificándolo como el enemigo y asignando falsamente a la II República esa ideología. La cartilla terminaba su «educación militar» con la reproducción del último parte de guerra de Franco el 1 de abril de 1939.


Saludables recreaciones de la Educación


   El florido pensil. Memoria de la escuela nacionalcatólica fue un libro de notable éxito desde su publicación en 1994, e incluso fue adaptado como obra teatral. Es un libro singular, en particular por el tono irónico con el que está escrito por su autor, Andrés Sopeña Monsalve. Éste lo escribe en primera persona, como si fuese el niño de entonces, creyéndose todo lo que le cuentan, tamizado desde la imaginación infantil. Los diferentes capítulos dan cuenta de todos los aspectos de la educación en el franquismo: cómo se introducía ideología incluso desde las matemáticas, la educación religiosa, los tópicos regionales, los programas de radio, los tebeos (Roberto Alcázar y Pedrín y su gusto por la tortura...), las películas de indios y vaqueros... dedicando toda la tercera parte del libro a la enseñanza de la Historia. Sin duda, el franquismo realizó el más poderoso intento adoctrinador de toda nuestra historia. La razón es que la preocupación escolar del régimen era casi exclusivamente ideológica y política. La función más relevante que se asignaba a la escuela era contribuir a la dominación y a la reproducción social y política mediante el adoctrinamiento en los valores propios de los vencedores en la Guerra Civil (...) , cercenó para todos los escolares cualquier información sobre las otras teorías políticas, las otras filosofías, las otras religiones, las otras interpretaciones de nuestra historia» Y el propio autor en el epílogo: «Tengo la leve impresión de que carencias de esta índole en el modelado de aquellas tiernas mentes guardan, lejana pero alguna, relación con las majaderías que ahora algunos evacuan sin sosiego. Creo firmemente que mucho más importante que la retrógrada educación que se nos dio a los españoles desde 1940, es la que se nos negó y que había fructificado hasta 1939.»

Las polémicas en torno a la Historia en Democracia


   Llegó la democracia tras la muerte de Franco, y poco a poco fueron renovándose la escuela, los libros de texto y el profesorado. El que suscribe estas líneas vivió la lenta evolución de una escuela con castigo físico, flores a María en mayo, algún profesor excombatiente del bando vencedor en «la Guerra» y el «ordeno y mando» como divisa. Poco a poco se vieron elecciones a consejos escolares, había asociaciones de padres, e iban llegando profesores jóvenes a nuevos colegios e institutos públicos. La Historia no desapareció, pero fue poniéndose de medio lado, sin insistir en las glorias imperiales e incluso, si con buenos profesores te encontrabas, convirtiéndose en una forma de conocimiento crítico de la realidad. Pero la polémica siguió alcanzando a la enseñanza de la Historia. Los nacionalismos periféricos se tomaron cumplida venganza del nacionalismo español utilizando la Historia de forma semejante al franquismo pero en su contra, intentando adoctrinar desde las aulas a favor de los proyectos nacionalistas. A finales de los años 90 un gobierno conservador abogó por un decreto de enseñanza de la Humanidades que pretendía fijar unos mínimos de enseñanza de la Historia para todo el país, animado por un informe de la muy conservadora Academia de la Historia, la misma que presentó un Diccionario Biográfico que ensalzaba el franquismo ya en el siglo XXI. En la actualidad un ministro de educación quiere «españolizar a los alumnos catalanes»: busca adoctrinar para contrarrestar otro adoctrinamiento.

   ¿Hemos aprendido algo? Si algo nos debería haber enseñado este repaso de los usos y abusos de la Historia en las aulas es precisamente eso: la Historia nunca debería servir de adoctrinamiento para un objetivo político. Debería dotar a los ciudadanos de un instrumento con que abordar su mirada hacia el pasado como una forma de conocimiento crítico del presente y de planteamiento de alternativas futuras. Dejar de ser un relato cerrado para ser un recorrido por diferentes alternativas, diferentes visiones, que abarquen a la humanidad entera. Dejar de proporcionar verdades para convertirse en una búsqueda... aunque quizá para ello debamos dejar de escribirla en mayúsculas.

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NOTAS A PIE DE PÁGINA:

1 Deseo hacer constar mi agradecimiento a quienes me han proporcionado el acceso a los libros de texto analizados en este artículo. Lola Guerrero de Fuentes de Ebro (Zaragoza) me proporcionó la Enciclopedia Álvarez de primer a tercer grado y una cartilla militar muy valiosa. Francisco Giménez, responsable de la biblioteca del colegio público Marcos Frechín de Zaragoza, me dio acceso a reproducciones de libros de texto y facsímiles tanto de la biblioteca del Centro como de la suya particular. Debo a la generosidad de ambos esta pequeña investigación.

2 Las referencias de Rousseau y Michelet son de sus dos obras más célebres, El contrato social e Historia de la Revolución Francesa, respectivamente. He consultado asimismo el artículo «La persistencia del mito y de lo imaginario en la cultura contemporánea» de Ángel Enrique Carretero. publicado en la revista Política y Sociedad, 2006, vol. 43 núm. 2: pp.107-126.

3 Sobre la enseñanza del mito nacional en las escuelas ver el libro de Mario Carretero Documentos de Identidad: la construcción de la memoria histórica en un mundo global Paidós, Buenos Aires, 2007. En el prólogo del libro el historiador español José Álvarez Junco llega a proponer la desaparición de la asignatura de historia en las escuelas, dado el pernicioso uso que se hace en ella de los mitos nacionales.

4 Los dos últimos párrafos recogen ideas expresadas en Boyd, C.P.: «El debate sobre La Nación en los libros de texto de historia de España, 1875-1936 en J.J. Carreras y C. Forcadell (eds.): Usos públicos de la historia, Madrid, PUZ, 2003 y en Carretero, Mario: Documentos de identidad. La construcción de la memoria histórica en un mundo global. Paidós, Buenos Aires, 2007.

5 El libro es íntegramente reproducido en Enseñar Historia con una Guerra Civil por medio, con prólogo de Josep Fontana, Crítica, Barcelona, 1999, que compara este manual republicano con el franquista del Instituto de España, inspirado por José María Pemán.

6 La lucha entre Falange y la Iglesia por el control de la educación fue muy acertadamente ilustrada por Gustavo Alares en «Más allá de 1945: las batallas de la Falange por el control de la enseñanza media», comunicación presentada en las Jornadas sobre Historia y Educación celebradas en Alagón (Zaragoza) los días 29 y 30 de noviembre de 2013.

7 Prólogo ya citado (vid. supra nota nº 3) del historiador español José Álvarez Junto a libro de Mario Carretero Documentos de Identidad: la construcción de la memoria histórica en un mundo global, Paidós, Buenos Aires, 2007.

8 Agradezco a José Izquierdo y a Lola Guerrero de Fuentes de Ebro (Zaragoza) el préstamo de la esta cartilla militar para su consulta. Entre los papeles de esta familia figura también una estampa de la Virgen del Pilar y, al dorso, esta inscripción: «Frente de Aragón. Recuerdo del Cumplimiento Pascual. 1938-II Año Triunfal. Viva Cristo Rey. ¡Franco! Arriba España». Una prueba documental de la Cruzada nacional católica y del adoctrinamiento de los soldados en torno al líder, la religión y la patria.


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