Pastora y Leona - Las caballerias superadas por los tractores

Por Miguel Gracia Fandos




A mis padres, a mis abuelos
A los que han trabajado honradamente
para que sus hijos tuvieran mejor vida que ellos.

PASTORA Y LEONA
LAS CABALLERÍAS SUPERADAS POR LOS TRACTORES
Samper de Calanda 1960-1970



-¿Qué quieres ser tú en la vida? ¿Cura?
  -No, señor.
      -¿General?
      -No, señor, tampoco. Quiero ser labrador, como mi padre.
El  obispo reía. Viendo Paco que tenía éxito, siguió hablando:
  -Y tener tres pares de mulas, y salir con ellas por la calle              
mayor diciendo: ¡Tordillaaa Capitanaaa, oxiqúe  me ca...!
      
      Réquiem por un campesino español. Ramón  J. Sender (descárgalo en pdf)

    

 INTRODUCCIÓN

      Los cambios sean biológicos, culturales, económicos, o de cualquier índole no suelen ser instantáneos, y en el momento o lugar en el que coinciden los factores que provocan esos cambios sobre cualquier situación, se puede observar lo mejor de los modelos en competencia: conforme se pasan los fríos del invierno, las temperaturas suaves de la primavera provocan una explosión vital en plantas y animales; pero cuanto más avanzada y espectacular sea esa exhibición de la primavera, más riesgo hay de que una helada tardía, manifestación de un invierno que se resiste a marcharse, provoque una debacle. Lo mismo puede decirse del otoño, del ocaso, del amanecer, de las mareas... Claro que estos son unos cambios naturales y cíclicos que pueden observarse en varias o en muchas ocasiones. No ocurre lo mismo con los muchos cambios que se han producido a consecuencia de avances técnicos, en los que las situaciones no son reversibles y el modelo superado por los cambios ya no vuelve; por eso me considero afortunado, por haber conocido en mi niñez  ese mundo en el que la fuerza necesaria para trabajar la tierra, que entonces y ahora nos alimenta, era toda fuerza muscular de unos animales criados para ello: las caballerías (en otros entornos no tan lejanos, pero más húmedos, en los que las distancias a recorrer no eran tan grandes, fueron bueyes los que aportaron esa fuerza para el trabajo de la tierra).
      Actualmente hay diferentes clases de animales domésticos. En cualquier pueblo de los que cada vez suelen tener menos habitantes, se pueden ver granjas cada vez más grandes en las que muchos animales de la misma especie (tantos que están numerados),  producen ingentes cantidades de huevos, leche, carne de porcino, vacuno, etc. Mi amigo Manolo, que siendo de Castelnou es normal que tenga una visión singular de la realidad, denomina a estas granjas “Fábricas de proteína para la biomasa urbana”… Y hay que reconocer que razón no le falta. También se conocen animales domésticos como los gatos, perros, pájaros y otros animales a los que hay que cuidar y que, aunque producir, no producen nada que pueda tener un valor económico, se tienen por la compañía que hacen,  por la vida y los afectos que devuelven.
      Hace décadas, en mi niñez, pude conocer un tercer grupo de animales: las caballerías de trabajo. Las caballerías, eran animales con nombre. Esto es, cada animal era único e irrepetible. El diccionario también las llama “bestias”, expresión que no me entusiasma porque parece que fueran animales que sólo tuvieran fuerza bruta, y desde luego que tenían fuerza, sí, pero también tenían su conocimiento, su carácter, sus sentimientos y sus querencias, como otros animales domésticos. Animales que sentían, sufrían… que, a su manera, se revelaban, que vivían, y sus latidos eran parte de los latidos de la casa. En mi niñez llegué a conocer a esos animales hoy prácticamente extinguidos. Y me considero afortunado de vivir aquellos tiempos, no porque crea que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, que dijo el poeta. No, aquellos tiempos pasados no fueron mejores. Hace décadas, ganarse el sustento, “el pan de cada día”, suponía para una inmensa mayoría de gente muchísimo más trabajo que hoy. Había muchísimas menos posibilidades de educación, de viajar, de desarrollo personal, menos medios contra las enfermedades... Cualquier persona cabal que tenga edad y memoria reconocerá que hoy se vive mucho mejor que hace décadas. Aunque también es cierto que entonces había mucha menos presión publicitaria y consumista, y era más fácil distinguir lo anecdótico de lo importante, el “valor y el precio” de las cosas. Pero... ¿En que jardines me estoy metiendo?. Pronto empiezo a desvariar. Que cada cual administre “su circunstancia” como mejor pueda, que para eso tenemos también una libertad inimaginable hace décadas. Después de decir que me alegro de haber conocido esos cambios, y las pulsiones que supusieron desde la perspectiva de un niño, pudiendo ver entonces y entender hoy lo que estos cambios han supuesto, pero sin la responsabilidad de quien tiene que decidir, entremos de lleno en el tema.

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CAPÍTULO I
LAS CABALLERÍAS

   
Siendo hijo de un labrador de Samper de Calanda, a nadie extrañará que entre los primeros recuerdos que tenga de cuando, con la ayuda de un incipiente lenguaje, se empiezan a almacenar en la memoria imágenes y conceptos que nos hacen conscientes de nuestra propia existencia y de nuestra relación con el entorno, aparezca un animal muy grande y con unas crines muy largas, al que por sus bruscos movimientos había que acercarse con precaución, y en mi caso acompañado siempre de alguna persona mayor. Era la mula “Leona” que por estar aún creciendo no era apta para el trabajo. Poco debió durar ese tiempo en el que correteaba con sus crines largas. Enseguida debió crecer lo suficiente para poder realizar algún trabajo. Los siguientes recuerdos que tengo de ella ya era de una caballería con las crines recortadas, la cabezana1 colocada y dispuesta para el trabajo con la otra mula que se llamaba “Pastora” .
La Pastora era  una mula hecha y derecha, estaba en su plenitud. Las dos caballerías tenían un carácter muy diferente. Tengo la impresión de que se les había puesto el nombre cambiado. La Leona se definía como un animal dócil y según explica mi padre, muy voluntaria para el trabajo. La Pastora en cuanto tenía oportunidad me demostraba ser mucho menos dócil, cuando estaba pagentando2 y me acercaba a llevarla del ramal  para que mi padre le pusiese los aparejos y comenzara a trabajar, me recibía siempre con las orejas erguidas3, lo que me hacía temer algún gesto agresivo, con el riesgo que eso suponía.
      La joven Leona demostraba tanto interés por el trabajo y el esfuerzo que muy pronto se ganó la categoría de mula de varas4. Mi padre cuenta que en aquellas tardes de invierno, cuando la enganchaba a las varas del carro para volver de las olivas, a poco que se le arrease, llegaba a andar el doble que otros carros que también volvían por el mismo camino, lo que casi asustaba a  la Tía5 Anguila, una mujer que llevaba para coger olivas.
       La Pastora, con una astucia que no siempre se supone a estos animales que el diccionario llama bestias, también se había percatado de la generosa disposición al esfuerzo de su nueva compañera de trabajo, y no tenía ningún inconveniente en esforzarse lo menos posible. Cuando tiraban las dos mulas de un mismo apero, la parte del tiratrillo6 del que tiraba la Leona siempre iba por delante del que tiraba la Pastora.
      Pero había otros trabajos en los que no bastaba con la fuerza, en los que se requería  movimientos más precisos y la fuerza adecuada hasta el lugar oportuno. Así, en la huerta, cuando se trabajaba con una sola caballería en cultivos como habas, remolacha, panizo (maíz), en los que se tenía que encontrar la fila por la que pasar por ejemplo la máquina de recavar7, había que seguir esa fila al ritmo adecuado y hasta el lugar oportuno. En estos trabajos, a la Pastora, adecuadamente guiada, se le podía sacar un rendimiento que la Leona con toda su entrega para el trabajo difícilmente podría ofrecer nunca.
Porque si se le daban las voces adecuadas, la caballería tenía que entender y actuar según la voluntad del labrador... ¡vamos, como si tuvieran mando a distancia! Estas voces eran:

                -¡arrée!-, para que la caballería empezase a andar.
-¡sóoo!-, para que se detuviese.
-¡güüesquée!-, para que girase a la izquierda.
-¡pasalláa!-, para que girase a la derecha.

Bueno, algo así sonaban las voces esenciales que todos usaban, también contaba el énfasis y la intensidad que se pusiera. En la práctica estas voces del labrador estaban generalmente mezcladas con una retahíla de improperios por la supuesta falta de habilidad de las caballerías. Y de amenazas, que a veces se concretaban pegándoles con una vara o con un ramal si la caballería se mostraba perezosa o desatenta.
      Sobre las voces que los labradores daban continuamente para sacar el mayor rendimiento posible a las caballerías se pueden contar muchas anécdotas, como la de aquél joven labrador al que su padre reprochó el poco trabajo que había hecho una tarde:
      –Es que estaba el cura cerca-. Contestó el joven como explicación y a la vez justificación. Se entendía que estando el cura cerca no era conveniente usar esas palabras recias y malsonantes, que en tantas ocasiones eran las que se usaban para estimular a las caballerías en su esfuerzo. O el caso de algún sordomudo, que no sabría hablar, pero que con sus ininteligibles gritos manejaba a las caballerías mejor que nadie.
      Lo cierto es que no recuerdo a ningún labrador que cuando trabajaba con caballerías estuviese mucho tiempo en silencio y, como ya he dicho, por si las palabras no eran suficientes, siempre se llevaba a mano algo, una vara o el propio ramal con el que se sujetaba a la caballería, con lo que si era conveniente y, si se era buen labrador siempre con tiento, pegarle para mejor poder dominar a la caballería.
      Tratándose de seres vivos, no había dos caballerías iguales, y ninguna era perfecta para todos los trabajos y todas las situaciones. Al labrador que las guiaba correspondía manejarlas adecuadamente para sacar el mayor rendimiento posible en cada momento, ya fuera trabajando con una sólo, o con varias caballerías simultáneamente.

      Habrá que explicar que las caballerías podían ser:

-Caballos, y su hembra, las yeguas, que en un momento podían tener mucha fuerza, pero no eran muy aptos para el esfuerzo continuo que requería el trabajo de la tierra:“el caballo tiene la boca muy señorita y las costillas de cristal”. 8
   
- Burros y burras, de talla más pequeña, y por lo tanto menos fuertes, pero mucho más sufridos y resistentes al esfuerzo continuado que los caballos y las yeguas. Eran también más dóciles por lo que resultaban ideales para las personas mayores

- Mulos y mulas, que eran cruces entre burro y yegua (yeguatos) o entre caballo y burra (burreños o burreros). En cualquier caso eran estériles, aunque a los mulos también se les llamaba machos. Tenían mucho de la resistencia de los burros, y del tamaño y la fuerza de los caballos. Eran los más aptos para el trabajo agrícola. En una enciclopedia de esas que fueron los únicos libros de texto en las escuelas allá por 1950, leo que: “la mula es muy estimada y preferida al macho por ser muy noble y muy poco enfermiza.”9
   
      El esfuerzo físico que el labrador tenía que hacer trabajando con las caballerías era considerable, por lo que el manejo de los machos y de las mulas era cosa de hombres jóvenes y en su plenitud. Hay que tener en cuenta que entonces se envejecía mucho antes que ahora. En una casa de labranza con futuro, entre los 40 y los 50 años del padre tenía que llegar el cambio generacional en lo que al manejo de las caballerías se refiere.
A efectos de censo y fiscales los caballos, las yeguas y los mulos-as, se clasificaban como caballerías mayores; los burros-as como caballerías menores.

El adiestramiento de las caballerías para el trabajo comenzaba cuando tenían un año largo de edad, cuando eran quincenos (quince meses). Teniendo en cuenta que nacían en primavera, para la temporada de siega y trilla del año siguiente ya se les ponía con alguna caballería mayor aunque fuera sin collera,  para que fuese adaptándose a los movimientos y a las voces. El trabajo que se le exigía tenía que ser  paulatino, y además de no someter a estos animales jóvenes a trabajos duros y había que poner especial cuidado si se les pegaba. Me cuentan de una caballería  joven a la que la primera vez que engancharon a las varas del carro la cansaron demasiado y, aunque después trabajó en otras faenas, ¡nunca, nunca  más pudieron volver a engancharla  a las varas de un carro!
       Cuando eran treintenos (treinta meses), ya se les podía exigir que en algún momento trabajaran al máximo, aunque la plenitud de una caballería se alcanzaba hacia  los 5 años de edad, esa plenitud duraba hasta los 10 ó 12 años, edad a la que ya empezaba su decadencia y era conveniente dedicarlas a trabajos más suaves o dejarles algún día de descanso. Podían vivir  más de 20 años, dependiendo de la naturaleza del animal y de la vida que hubiera llevado, que en muchos casos había sido muy dura. Las caballerías que llegaban a viejas solían tener grandes problemas de artrosis.
   
Naturalmente que salían caballerías que por su naturaleza o por mal adiestramiento eran poco aptas para el trabajo, nada dóciles y muy agresivas. Solían gastar en coces y mordeduras el tiempo y la energía que se suponía debían dedicar al trabajo. Eran las caballerías guitas con las que se establecía un pulso permanente y muy violento entre la caballería peligrosa y poco apta para el trabajo y el labrador que tenía que sacar algún rendimiento a lo mucho que costaba una caballería:

      “La mula guita la mata el que no la tiene”.

      Es un refrán muy adecuado que he escuchado en alguna ocasión a personas de edad, para señalar la ligereza con que consideramos problemas que no nos afectan directamente.
Pese a todo la mayor parte de accidentes provocados en el trabajo con las caballerías ocurrían por un exceso de confianza de los labradores o personas que trabajaban con animales de tanta fuerza, y a veces de movimientos convulsivos e imprevisibles:

      “La mula mansa mata al amo”.
   
      Se decía también, para recordar que precisamente el exceso de confianza con animales mansos y dóciles, provocaba más accidentes que el trato con animales guitos que con sus constantes amenazas de cozes y mordiscos, dejaban claro en todo momento, que no podías tomarte ninguna confianza, obligando a quién trabajaba con ella a estar siempre prevenido y con la vara a mano Estos movimientos convulsivos y muchas veces imprevisibles podían producirse por muchos motivos: un trozo de papel volteado por el viento podía ser suficiente para esbarrar10 a unas caballerías, y había que tener mucho cuidado con los ruidos de los vehículos a motor y no digamos con el estruendo que provocaban las locomotoras, que entonces eran de vapor. Dicen que algunas caballerías se tranquilizaban algo si veían la máquina, pero todas no se acostumbraban, por lo que la cercanía del ferrocarril devaluaba un campo. Otro motivo de movimientos peligrosos e imprevisibles de las caballerías, quizá el más frecuente, era la picadura de avispas. Mi padre cuenta como en una ocasión fue a dejar un volquete11 que le habían prestado para llevar arena a la casa que estaban haciendo. Como estaba cerca, había montado a mi hermano P. de pocos años, sobre el volquete. Cuando estaba guiando a la Pastora hacia atrás para dejar el volquete en  un cubierto, vio cómo las orejas de la mula se aproximaban a un avispero que había en uno de los maderos del techo. Si las avispas que ya revoloteaban inquietas, picaban a la caballería, no habría fuerza humana capaz de sujetar al animal e impedir que, dando coces a diestro y siniestro, saliera con el carro dando tumbos. Con el chico encima del carro, allí estaban todos los factores que, si combinaban podían acabar en una desgracia. Buena ocasión para mantener la calma, alejar a la mula del avispero, bajar al pequeño del volquete y desenganchar la caballería apartada de las avispas. Si hubiera sido imprescindible pasar cerca del avispero con la mula, antes hubiera tenido que destruirlo mojándolo con agua o acercándole fuego.
      Se entiende que la responsabilidad de prevenir los accidentes era siempre del labrador, que para eso tiene un conocimiento que no pueden tener los animales. Es de antología la jota que, en una de las rondas que hicieron los jóvenes por el pueblo, le cantaron a un hombre a quien un pisotón del macho le había destrozado un pie:
   
        “El tío _______ está lisiado
        porque le ha pisado el macho,
        la culpa la ha tenido él
        por poner el pie debajo.”
   
      Dicen que el aludido no se lo tomó del todo mal, lo que demuestra su sentido del humor, que suele ser compañero de la inteligencia.
      Claro que si había accidentes con las caballerías no quiere decir, ni muchísimo menos que hayan desaparecido con ellas. Como escuché decir a D. Saturnino Calatayud Gascón, alias “El Miñon”, hombre lúcido de las Cuevas de Cañart: “desde que no se oye hablar de algún labrador lisiado por la coz de una caballería, se oye de alguno que ha muerto al volcar con el tractor”.
      Las caballerías eran una inversión importantísima para una casa de labranza y, tratándose de animales vivos, estaban siempre sujetos a riesgo de enfermedades o accidentes, por lo que en tiempos de calma, que en nuestra agitada historia han sido siempre los tiempos de prosperidad general, y a la sombra de la Doctrina Social de la Iglesia, que entonces era la única entidad que en el medio rural tenía esa capacidad organizativa, se constituyeron los Sindicatos Agrícolas Católicos, que podían integrar una aseguradora de caballerías.
      Para mejor entender las preocupaciones y temores de los labradores de aquella época vale la pena reproducir algunas de las normas por las que se regía el “Seguro de caballerías de labor” de Híjar, constituido en 1908:
   
     La Sociedad indemnizará los riesgos sufridos en el ganado mencionado anteriormente, por muerte natural o accidental, justificada la causa que lo haya motivado.
      La Sociedad no indemnizará los siniestros debidos a guerras, sublevaciones o requisas, ni los ocurridos por mal trato, heridas recibidas estando haciendo daño en propiedades ajenas, o si ocurriese el siniestro siendo guiada la caballería por niños menores de doce años.
      Para poder asegurar una caballería se necesita: 1º) que goce de completa salud; 2ª) que haya cumplido por lo menos un año; 3º) que no exceda de veinte años; 4º) que su valor no esa inferior a cincuenta pesetas; y 5º) que está conducida o igualada con uno de los veterinarios de la Sociedad.
      Tampoco se admitirá en el seguro una caballería de quién tenga dos o más, encontrándose todas ellas en condiciones para el seguro, a fin de evitar diesen malos tratos o cargas excesivas a la que estuviese asegurada, fiándose su amo en el seguro; por lo cual, el que tenga dos o más caballerías útiles deberá asegurar todas.
      No se indemnizarán los siniestros debidos a enfermedad que el animal tuviese antes de estar asegurado; y muy especialmente las conocidas en veterinaria con el nombre de redhibitorias; esto sin perjuicio de dar por extinguido el seguro si se sabe la existencia de alguna de ellas.
        (...)
      Para que los dueños se interesen en la conservación de sus ganados, no percibirán en caso de siniestro el valor real, sino la cantidad que se expresa a continuación, quedando en poder de la Sociedad para gastos de la misma lo sobrante.
   
      De 1 año a 3 de edad, se  abonará el 80%
      De 3 años a 7 de edad, se abonará el 90%
      De 7 años a 11    “              “             80%
      De 11   “     15    “              “              75%
      De 15   “     19    “              “              65%
      De 19   “     22    “              “              50%

                           Si el siniestro ocurre a consecuencia del parto, se abonará el 50%.
Una vez cumplidos los veintidós años, quedan excluidos del seguro todos los ganados, pero los llevan más de diez años asegurados, tendrán derecho a percibir la mitad de su valor al separarlos.12
   
     En el mejor de los casos las caballerías envejecían, por lo que un labrador no podía  descuidar la reposición de las mismas. Había un dicho que relacionaba el calendario del hombre con el de algunos animales domésticos:
   
      “Tres años vive el hurón,13
      tres hurones el perro,
      tres perros, el caballo,
      y tres caballos, el amo”
   
      El manejo de las caballerías dio lugar a muchas expresiones, algunas de las cuales han dejado de tener sentido:

      “Los lunes pares, y no peones.”
   
En estos tiempos habrá que explicar que los pares a los que se refiere, son los de caballerías, que estaban descansados después de la fiesta del domingo, los peones, los que trabajaban en el manejo de las mismas que, por haber bebido más vino de la cuenta el día de fiesta, los lunes solían estar con resaca. A alguna persona mayor he escuchado decir que ya no puede
   
      “llevar el morro por la parva.”
   
Para dar a entender que el médico le ha puesto a dieta y no puede comer lo que le apetezca. Otras expresiones perviven como “Atar corto” a alguien sobre el que se tiene responsabilidad, que viene de la longitud de ramal con el que se ataba a las caballerías cuando pastaban. Todo el mundo sabe eso de que “a caballo regalado no le mires el diente”. Y finalmente que:

       “Al amigo y al caballo no hay que cansarlo...
       ... pero si hace falta reventarlo.”

Apostilló un viejo que sabía lo que decía.


Par de caballerías dispuestas para el trabajo. Recreación de labores tradicionales en el campo. Archivo fotográfico CEBM

>> CAPÍTULO II

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CITAS:

1 Cabezana se llamaba en esta tierra el aparejo con el que se llevaba a la caballería del ramal, en el diccionario aparece como cabezada.
2 Pastando, según se dice en esta tierra. Supongo que vendrá de apacentar.
3 El mismo gesto que he podido ver en algunos documentales en algunos animales salvajes de su especie cuando barruntan algún peligro.
4 Caballería que se enganchaba a las varas del carro. Otras tiraban del carro mediante los tirantes. Lógicamente la caballería de varas es la que hacía mas esfuerzo y no podía fallar.
5 Tia-tio, es un tratamiento de respeto que se ha dado a las personas mayores en general, aunque no haya parentesco. Se promuncia de diferente manera en caso de parentesco.
6 Cuando dos caballerías tiraban paralelas de un mismo apero, este se enganchaba en el centro de una barra, y cada caballería tiraba de una parte de esa barra que se llamaba tiratrillo.
7 Máquina que tirada por una caballería se pasaba entre las filas de algunos cultivos para eliminar las malas hierbas.
8 Tomado de MEMORIA DE LOS HOMBRES-LIBRO. Guía de la Cultura Popular del Río Martín. Luis Miguel Bajén Gracia   y Fernando Gabarrús  Alquézar.
9 Enciclopedia cíclico-pedagógica de D. José Dalmáu Carles. Editada en 1945.
10 Espantar. Aparece en el Diccionario de voces aragonesas de JERÓNIMO BORAO que editó  EL DÍA DE ARAGÓN.
11 Se trataba de un carro cuya plataforma de carga podía bascular que se utilizaba para el transporte de áridos y escombros.
12 CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN. Catolicismo social en la Comarca Bajo Martín. Rujiar IX. Miscelánea del Centro de Estudios del Bajo Martín. Año 2008.
13 Animal que se utilizaba para cazar conejos.
   


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