Mi Semana Santa

POR PASCUAL FERRER MIRASOL

Cuando alguien te dice que escribas sobre tu Semana Santa, contestas de inmediato que muy bien, y piensas… vaya cosa, escribir sobre la Semana Santa, pero cuando te paras a pensarlo la cosa cambia,  sentimientos y recuerdos se amontonan y cuesta ordenarlos.

Para el que esto escribe, la Semana Santa, así como se van cumpliendo años, no tiene nada que ver en la forma de vivirla, aunque quizá sea igual en la forma de sentirla. Son tantos los sentimientos y las vivencias acumuladas que creo que me llegan a confundir. En Híjar cuando empieza la Cuaresma el ambiente “semanasantero” lo impregna todo.

Comenzando por los ensayos para tocar en cuadrilla el dia del concurso, cosa que ya no hago desde hace años, y participe en muchos desde aquel lejano 1965. Hoy veo los viernes por la noche marchar a mi hijo a ensayar, y me recuerda aquellos tiempos de ensayos. Cuanto enredaba el Cotito y que serio se lo tomaba el Palmeras, me imagino que la historia de cualquier cuadrilla de hoy será la misma, tendrá a su Cotito y a su Palmeras, y siempre será maravillosa.

La procesión de Las Pláticas, nos mete de lleno en las celebraciones, y cuando la veo hoy, me recuerda a aquellas abuelas vestidas de negro, con sus pañuelos negros a la cabeza, que hasta lloraban con las palabras del predicador cuando Jesús se encontraba con su madre en “La calle de la amargura”.

El Romper la Hora, algo espectacular y sobrecogedor para la mayoría y que a mí siempre me confundió los sentimientos, quizá el año que mas me sobrecogió fue al verlo por la televisión por no poder asistir. Para mí ese momento siempre fue más de estar con los amigos que de cualquier otra cosa. Desde hace años, los prolegómenos a Romper la Hora, los paso cenando con mis amigos. Cada año veo a algunos de ellos ponerse nerviosos unos minutos antes de marchar a la plaza, sus idas y venidas, el ultimo trago apresurado al carajillo, su ritual de ponerse la túnica, de dar las ultimas palilladas al tambor “por lo bajini” para ver si está “bien preto” y suena bien.  Su nerviosismo y su pasión si que me afectan, porque un sentimiento que para mi no es tan fuerte, al verlo en ellos me dice que al año que viene volverá este momento tan mágico. Y no digamos nada cuando El Chulo, con su faria y su tambor, curtido en mil batallas, toma el camino de la Plaza de la Villa, es un momento para saborear, y yo estos últimos años lo saboreo desde el balcón, viéndole marchar con los demás amigos, y cuando se oye el estruendo de Romper, oigo su tambor por encima de todos, allí,  junto a la farola, con ese toque de imágenes tocado de forma maravillosa y sin tonterías. Luego, vuelve la cuadrilla, tomamos un trago y juntos damos la vuelta al pueblo, camino de Los Despertadores, no sin hacer alguna parada en alguno de los bares, donde charramos, reímos y… nos encontramos tan bien. Pero esta noche mágica no termina hasta que tras recorrer las calles en la madrugada, llegamos a la Plaza de la Villa, donde Los Rosarieros, en medio del más denso de los silencios, interpretan “El Humilde”. Para mi, uno de los momentos más sobrecogedores de la Semana Santa.

Pasados esos primeros momentos,  ya es un no parar, o un si parar y disfrutar de lo que pasa ante mí. Las mil y una imágenes, siempre repetidas y siempre nuevas, los mil y un sentimientos, siempre iguales y siempre distintos.

El pensamiento sobre lo absurdo y lo arraigado de toda esta celebración, que hace que algunas personas no vuelvan a su pueblo en todo el año salvo en estas fechas, incluso algunos, que ya no tienen ningún vinculo físico en Hijar, vengan a él un dia por la mañana, pasen el dia en el tocando el tambor, o sencillamente viendo y encontrándose con sus más profundas raíces, y por la tarde tras El Entierro o La Subida de Imágenes, como dicen en Hijar, “cojan el trompo”, y hasta el año que viene.

Oír tocar a las cuadrillas en la Plaza de la Villa el dia del Concurso. Ver bajar  a Los Alabarderos del Calvario, cuando ha terminado la procesión de Las Platicas por las calles desiertas del pueblo, solos, serios, acompasados. Una persona rezando las estaciones en la soledad del Clavario.  El toque de Los Alabarderos en los Oficios del Jueves Santo. Los tambores y bombos en los Oficios del Viernes Santo. Oír a los Rosarieros por San Antón. Volver a oírlos en la Plaza de la Villa en esa madrugada del Viernes Santo. Ver Bajar “alegres” Las Imágenes del Calvario. Ver pasar El Pregón en cualquier callejón. El canto del “Almas Cristianas”. Una persona en la ventana, tras los visillos, que se santigua al paso de la Imagen. La majestuosidad de El Entierro y ese redoble de Los Alabarderos que rompe los silencios y lo llena todo. Esa mañana de La Soledad, donde comienza el último tramo de la Semana Santa y nadie quiere faltar. Los más jóvenes acompañando a sus padres. Las seis menos cuarto de la tarde del sábado en las calles Estrecha y Mayor. La cara de los pianeros en el último esfuerzo. El silencio que queda tras la llegada del primer paso al Calvario. Los saludos de la gente cuando todo ha terminado y se va a casa con el tambor del revés. Los pianeros con una flor en la mano para su madre.

Todo eso, entre un todo, hace que uno se sienta bien, en medio de momentos en los que el corazón se encoge, los ojos se humedecen y se siente el valor de lo que generaciones y generaciones nos transmitieron.
Para los días siguientes quedaran los comentarios sobre aquellos que no respetaron las reglas, ni las profanas, ni las religiosas, y sin embargo creyeron hacer algo importante. Y también sobre aquellos que diciendo querer a la Semana Santa de su pueblo, no hacen absolutamente nada y con su comportamiento permiten a otros deshacer.

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